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Atrapado en la noche


No fue el gran inconveniente de perder más de una hora valiosa de luz lo peor que me dejó el episodio desafortunado que acababa de atravesar, sino el horrible sabor amargo que me quedó adentro. Años de viajar por el mundo recibiendo una y otra vez afecto, protección y hospitalidad, especialmente en África, hacen que uno baje la guardia y sus defensas. Por eso, cuando ocasionalmente algo feo ocurre, la decepción se vuelve mucho más intensa.  

Ahora, en estas condiciones, ya efectivamente sobre el final del día, me encuentro fuera de la aldea y de vuelta en la boca de la selva. Con la luz tenue de la poca claridad restante, contemplo el camino que tengo por delante teñido ahora por los fríos azules del crepúsculo. No siento verdadera inquietud. Al fin y al cabo, los 132 km que había hecho para llegar hasta allí habían sido espléndidos y ahora me quedaban nada más que 32 km por pedalear. En ese momento, tan sólo podía suponer que el camino continuaría en la misma condición hasta la base de WCS (Wildlife Conservation Society), lo que estimaba que me llevaría poco más que un par de horas. Además, tampoco sería la primera vez que debería pedalear de noche en la selva, por eso es que tampoco me plantée siquiera la posibildad de quedarme allí.

 No obstante, no puedo permitir dejarme llevar por el exceso de confianza, porque cuando esta se vuelve excesiva, rápidamente deviene la omnipotencia. En ese momento en el que nos sentimos todopoderosos, es cuando más propensos estamos a que la naturaleza nos golpee, dándonos una lección de su poder, para devolvernos al lugar que nos corresponde. Por eso, sin quedarme mucho tiempo más pensando, con prudencia me monto en la bicicleta para terminar de una vez por todas con este largo día.  

Al muy poco tiempo, como era de esperarse, la noche se cierne sobre mí, pero nada cambia hasta el momento. 10 km en apenas una hora se van en un abrir y cerrar de ojos, y pienso que todo va a estar bien hasta que de repente, mi rueda delantera se hunde en el barro. No me alarmo porque es absolutamente normal dar con parches de barro en lugares como este. Son tantas las veces que he pasado esto ya, que simplemente me bajo de la bicicleta y comienzo a empujar esperando reencontrar de vuelta en algunos metros, el camino firme. Envuelto en la majestuosa sinfonía de la selva, intento casi a ciegas adivinar por donde volver a tierra sólida

No me quiero comenzar a castigar antes de tiempo y agregarle estrés a mi cabeza cuando menos lo necesito, pero ligeramente comienzo a preguntarme por qué siempre me dejo estar con cosas importantes que pueden resultar en un potencial problema. Mi linterna ni siquiera tiene energía suficiente para llegar a iluminar el piso debajo mío. Esto es un problema que no debería de existir, de haber comprado pilas de repuesto en el momento debido, cuando nada era un problema y sabía que me harían falta pronto. Ahora, no puedo ver más que unos miserables centímetros a mi alrededor, por lo que no me queda otra que seguir a ciegas deseando que todo vuelva a la normalidad; y pronto.

Pero los metros pasan y nada vuelve a la normalidad. Me sigo hundiendo en un pantano de barro cada vez más denso. La bicicleta se entierra, me hundo hasta los tobillos en el fango, me resulta cada vez más difícil encontrar una posición desde la cual pueda empujarla para sacarla del atascamiento. Apenas puedo yo mismo desenterrar mis propios pies, y cada vez que los saco, la masa de barro pegada me arranca las sandalias. Sigo avanzando a duras penas, pero no quiero desesperar creyendo que el camino se pondrá firme de vuelta. Y de a ratos lo hace, y puedo avanzar montado en la bici, sólo para 100 o 200 metros más tarde volver a caer en barro más profundo. 

Paso dos horas infernales, durante las cuales me he enterrado aún más en esta trampa mortal. El cansancio comienza a vencerme, el sudor del esfuerzo intenso empapa mi cuerpo, y aún sin poder verme, imagino que el color rojo del barro ya tiñe mi cuerpo entero. Tengo los dedos heridos de raspar el barro que bloquea los frenos. Las ruedas ya no giran, están permanentemente pegadas y arrastrar la bicicleta se vuelve una tarea imposible. Es noche cerrada, no veo absolutamente nada a mi alrededor, estoy a ciegas de no ser por el tenue brillo de las pocas pilas que le quedan a mi lámpara. El ruido de miles de millones de bichos me ensordece y me intimida. No podría imaginarlo siquiera en la peor alucinación. Estoy en problemas y aún ni siquiera preveo cuánto más puede empeorar

He avanzado 2 km en 2 horas, a esta altura ya me he metido demasiado adentro como para intentar volver atrás pero de seguir así, tengo demasiado por delante aún como para pensar que voy llegar a destino. Es hora de que comience a manejar mis expectativas, pero el problema es que tampoco puedo quedarme aquí atrapado en esta argamasa en plena oscuridad a la intemperie toda la noche, no imagino cómo podría siquiera acampar en estas condiciones. Todo me dice que necesito seguir, pero de seguir así no llegaré a ninguna parte tampoco. No tengo otra opción que averiguarlo. 

Dejo la bicicleta y me lanzo a explorar caminando con aún la débil esperanza de que todo mejore pronto. No es que pueda caminar rápido siquiera, necesito quitarme las sandalias y aún así mis pies se hunden. Camino lento, cortándome las plantas de los pies y los tobillos con las piedritas filosas que hay entre el barro, avanzando 200 - 300 metros a pie sólo para comprobar que nada mejora. Vuelvo a la bicicleta, la comienzo a descargar para llevar las alforjas cargadas al hombro. El peso de lo que cargo en los brazos me hunde más y sólo avanzo 100 o 200 metros. Allí, las tiro en el barro y vuelvo por la bicicleta, a la que no puedo cargar en los hombros porque me hace perder el equilibrio. La arrastro, ya que las ruedas no giran. Al estar descargada ya no se hunde tanto, pero tiene el suficiente peso como para acumular más barro y bloquear las ruedas completamente. Nada gira. Mi tarea es tan titánica como estúpida, pero en este momento no veo otra alternativa.

La oscuridad y el ruido me llenan de miedo y mientras sigo con la brutal tarea de avanzar cargando todo sobre mis hombros, veo que a los costados del camino, entre las maleza, brillan los ojitos de docenas de pequeños habitantes de esta jungla, al reflejar la luz de mi lámpara. Se prenden y se apagan, probablemente al parpadear o moverse entre las plantas. Es una sensación espeluznante estar rodeado de absoluta oscuridad y sentirse observado de todos lados, pero no tengo tiempo para angustias, supongo que de ser peligrosos esos ojos ya me hubieran devorado hasta los huesos. Y continúo....

Hago 2 km más en las 3 horas que siguen ya llegando a la medianoche hasta que encuentro un parche de tierra firme. Sin ilusionarme, me monto al bici a pedalear como pueda con las pocas energías que me quedan. La falta de luz me lleva a forzar intensamente la vista para ver el piso, que está lleno de ramas largas y delgadas y eso no me permite discernir sobre qué estoy realmente pedaleando. Tomo un poco de velocidad. No puedo pensar del dolor y el cansancio que traigo pero quiero seguir pedaleando intentando no desvanecerme. En aquel momento, dentro de todas esas ramas que vengo pisando, hay una que no queda fija en el piso con respecto a las anteriores. No tengo la suficiente lucidez mental ya para evaluar correctamente la situación a tiempo, por eso sigo sin pensar hasta darme cuenta que esa rama que se movía, era ahora claramente una cobra negra gigante pasando a 2 cm al lado de mi pie. En ese preciso instante, en esa milésima de segundo, al reconocerla allí mismo debajo mío, deslizándose suavemente sobre el camino, no hago más que instintivamente reaccionar sin detenerme. Es recién cuando la víbora quedó atrás, que detengo la bicicleta completamente, me desplomo sobre el manillar y suelto violentamente la respiración contenida. Esa víbora acaba de perdonarme la vida, tan sólo una mordida hubiera sido el fin para mí.

 Mi alarma interna se enciende en ese momento para llamarme la atención. Comprendo que de continuar así, mis chances de sobrevivir a esta noche se ven drásticamente acotadas. Ya me encuentro abusando demasiado de mi karma. Me doy cuenta de que  necesito encontrar una solución, y pronto. Sigo atrapado, nada parece indicar que va a mejorar pero decido seguir aunque sea unos metros más, hasta encontrar un lugar propicio dónde al menos poder hacer una acampada de emergencia. 

Sin embargo, ni bien comienzo a empujar con furia el manillar nuevamente para avanzar sobre el barro profundo, algo inesperado ocurre, en un momento en que todos y cada uno de esos miles de millones de ruidos de la selva quedan completamente anulados por el sonido más espeluznante que escuché en mi vida entera. Una serie de brutales estruendos se suceden progresivamente a mi alrededor en la más negra oscuridad que haya experimentado alguna vez. Todos los árboles y plantas que me envuelven crujen como si la jungla entera estuviera por caerse y desaparecer. Todo parece estar desmoronándose con violencia a mi alrededor pero no puedo ver, no puedo entender nada de lo que está ocurriendo, me encuentro en una situación desesperante. Quedo agazapado del terror, paralizado junto a la bicicleta, con todos mis músculos tensos esperando lo peor. Hasta que de repente los estruendos acaban y delante mío, a muy pocos metros, con la luz tenue luz de mi lámpara distingo a una gran masa oscura obstruyendo el camino.  

Cuento 1, 2, 3, 4....elefantes de la selva parados a una distancia tan próxima que sólo me queda contener la respiración, tratar de ser invisible o simplemente resignarme a morir en una violenta embestida repentina. Hoy, más que nunca antes, me toca poner en práctica aquella dura lección que había aprendido en Botswana a comienzos de año. Me quedo absolutamente estático. Ellos saben que estoy allí, me están mirando en silencio absoluto. Puedo percibir su intriga, su suspicacia. 

Los elefantes de la selva tienen una gran fama por su irritabilidad. Me viene inmediatamente a la cabeza el magnífico documental Planet Earth de BBC, donde a mitad de la noche, un elefante embiste con violencia el tronco de un árbol intentando voltearlo, cuando al pasar se da cuenta que allí había un camarógrafo. Recuedo qué cómodo y emocionante era verlo en casa y cómo documentales como ese fueron en gran parte la inspiración para que yo llegara exactamente a donde estoy ahora. Para su fortuna, el camarógrafo estaba a 20 m de altura arriba del árbol (desde allí filmaban el comportamiento de los elefantes) y el árbol no cayó; para mi desgracia yo estoy cara a cara con ellos.  

Cualquier movimiento en falso, cualquier estornudo o pequeña tos de mi parte, podría significar mi muerte segura. El único movimiento es la ansiedad frenética que viaja dentro de mi cuerpo sin control. Sé que tengo que hacer una sola cosa, quedarme completamente quieto para darles una sensación de predictibilidad y que sepan que no represento una amenaza para ellos. No es que pueda hacer mucho más que eso tampoco. Estoy hundido en el barro en esta enceguecedora oscuridad con mi cuerpo bañado en sudor y un escozor que me consume, pero no puedo correr el riesgo de rascarme. Allí estamos, ellos y yoLos minutos pasan y parecen hora los minutos pasan pero podría asegurar con certeza que son horas en mi reloj interno. 

Al cabo de una eternidad, el grupo procede a movilizarse. Salen del camino y vuelven a entrar en la selva. Los estruendos espeluznantes vuelven a sucederse, producto de su huella al abrirse paso atravesando la espesa vegetación. Un rato más tarde quedan una vez más absorbidos por la sinfonía de la selva. Allí, quedo yo parado varios minutos haciendo un esfuerzo por salir de mi estupefacción. Con violencia suelto mi aliento contenido y soy consciente de que volví a salvarme la vida. No puedo continuar ya con semejante abuso de mi karma y decido pasar allí el resto de la noche como sea.

Ahora me toca encontrar dónde montar la carpa. Dada la presencia de estos mastodontes, el aspecto más importante a considerar es no acampar sobre alguna de sus huellas, ya que los elefantes repiten siempre sus mismas trayectorias y se llevan puesto todo lo que encuentren en ellas. A duras penas, en la oscuridad camino observando el suelo, examinando las huellas hasta que sobre el borde, encuentro un espacio bordeado por un terraplén de tierra lo suficientemente alto que me asegura que al menos por allí, los elefantes no podrán pasar. Son pasadas la 1 am, pasaron 18 hs desde que partí a la mañana, hice menos de 6 km en las últimas 6 horas y a fuerza de más sudor, recurro a mi última energía para montar la carpa. El barro está demasiado blando y no tiene consistencia suficiente para fijar las estacas. La carpa queda blanda como una bandera sin viento, pero al menos puedo meterme dentro de ella e imaginar ilusamente que estoy menos expuesto que afuera

 Estoy demolido, siento un intenso dolor en cada músculo del cuerpo, que está inflamado, dolido, maltratado. Estoy cubierto de sudor y barro, tengo un olor abominable y una sensación post-estrés que me hace imposible conciliar el sueño. Entre tanto, allí afuera en la negra oscuridad, la selva sigue cantando sin cesar, combinando las hermosas melodías de los insectos y los pájaros nocturnos, con los tenebrosos aullidos de los hyrax y las espeluznantes barritadas de los elefantes. 

Siento que he pasado más emociones hoy que en varias vidas juntas. He desbordado un manantial de adrenalina y lo peor es que este infierno, aún no ha terminado. Sigo atrapado. Ahora sólo me resta esperar hasta la primera luz del día y desear lo mejor para poder salir de allí, vivo en lo posible.

Comentarios

  1. impresionante, emocionante, gracias por escribir! me siento un chico que en los años 30 escuchaba sentado las historias de la radio. Eh aquí yo leyendo e imaginando cada linea escrita. Un abrazo!

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  2. Entro todos los días a ver si hay alguna nueva entrada Nico, no te das una idea cada vez que encuentro nuevos relatos de tus viajes, la alegría que me dan leerlos! Esperando ansioso el próximo. Abrazo!

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