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Acostar al otro


Durante la segunda estadía en Khartoum y una vez pasados ya los 7 exhaustivos días de festejos ininterrumpidos de la boda, pudimos concretar una visita a un evento que había quedado pendiente en nuestra primera pasado por la ciudad. 

Todos los viernes, en un lejano suburbio del distrito de Bahri una multitud de hombres ávidos de acción se congrega en un estadio local para presenciar una de las formas más antiguas de lucha, las luchas nubias. Luego de haber pasado bastante tiempo conviviendo con los nubios y deleitarnos con su enorme afecto, resulta muy pero muy difícil asociarlos con la palabra lucha. De todos modos, si bien es claramente un deporte de fricción, no es un deporte necesariamente violento. El objetivo de la lucha es básicamente acostar en el piso al oponente pero sin golpes. Originalmente, los nubios luchaban desnudos, cubiertos en cenizas y con las manos impregnadas en un aceite de vaca que les permitía sujetar mejor al contrincante. Hace décadas el gobierno prohibió la desnudez y desde ese momento luchan en shorts y camiseta. 



Cuando llegamos a media tarde, el estadio ya estaba colmado. Una multitud de hombres vistiendo galabiyas y turbantes rodeaban el enorme ring de arena donde la lucha se lleva a cabo. Los gritos, los silbidos, el constante abucheo, acompañan cada choque de los luchadores. 


Una vez que el referee sopla su silbato los luchadores traban sus miradas entre sí, se agachan inclinando el torso hacia adelante y abriendo los brazos, listos para embestir o contener una embestida. Por varios segundos tantean al enemigo, giran en círculos cuidadosamente, recogen arena del piso y se la pasan entre las manos. El público se mantiene en silencio, la tensión aumenta a medida que pasan los segundos.


Hasta que uno de ellos embiste con un manotazo. Tomar la cabeza por la coronilla tratando de hundirla hasta el piso parece ser la técnica más común para poder tomarse del otro y someterlo. 







De la cabeza se pasa al cuerpo y la multitud estalla de excitación. La fuerte puja por el sometimiento del otro comienza. Brazos y piernas intentan acomodarse para poder trabar al cuerpo del otro con el fin de dominarlo para poder tirarlo al piso. 


Es un choque de titanes, donde el forcejeo, a veces violento, entre estos mastodontes deriva en las posiciones más extravagantes. 



Por momentos parece que uno queda atrapado entre los brazos y piernas del otro pero a veces es tan sólo una técnica para revertir el control y pasar a dominar. Se levantan en el aire, luchan para aprisionar o contener las embestidas y desenredarse del enemigo.



Hasta que finalmente caen, uno arrastrando al otro generalmente, pero hasta en el piso la situación puede revertirse repentinamente, en la medida que uno de los dos no esté completamente acostado. Cuanto más grandes más fuerte caen, son tan pesados que el suelo pierde rigidez y hace saltar la arena en todas las direcciones.




El ganador es levantado por sus entrenadores quienes lo llevan a dar la vuelta al ring mientras saluda al público.




Hayan ganado o perdido, los raspones se hacen visibles. 








Pero no siempre el resultado es aceptado alegremente y los luchadores en su enojo se abalanzan sobre los jueces sin tapujos. La policía interviene mientras el público abuchea poniéndole más tensión a la situación. 




Las luchas se suceden unas tras otras durante toda la tarde hasta caer el sol. Fue uno de los eventos más interesantes que he presenciado en Sudán y lamento no haber ido todos los viernes a verlas. En general tengo un fuerte rechazo por los deportes de contacto pero en este caso no se percibe una violencia explícita como en la brutalidad del box, todo lo contrario, en general antes, durante y después de la lucha se puede ver a los contrincantes sonreirse mutuamente, como si fuera un juego de amigos y no una lucha. 

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