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La larga cruzada de Sumatra


Habían sido varias las personas que me habían hablado de Sumatra como "lo mejor de Indonesia", pero la verdad es que luego de más de tres meses de rodar por este país, y de habernos quedado sin aliento una vez tras otra, me resultaba imposible imaginar que podría venir algo aún mejor. Para cuando llegó el momento de alcanzar finalmente dicha isla, iba a tener que venir algo ciertamente impactante para lograr superar a algunos de los lugares más deslumbrantes por los cuales ya habíamos pasado.

 Si hay algo que confirmamos al pedalear los 148 km que unen Jakarta con el puerto de Merak, es que habíamos hecho muy bien en no perder días atravesando el oeste de Java. Salir de Jakarta no sólo no fue menos infernal que haber entrado a ella, sino que durante las 10 horas que pedaleamos aquél eterno día hasta el puerto, el tráfico y la sobrepoblación fueron tales, que directamente  fue como si no hubiéramos siquiera salido de la ciudad. Llegamos a Merak pasadas las 21 hs agotados, no tanto por los 150 km que habíamos pedaleado como por el caos de camiones, camionetas, buses, coches, motos, polución, ruido, gente, atascamientos asfixiantes, calor y demás torturas que nos acompañaron durante la jornada. Esa misma noche, cruzamos en ferry el estrecho que separa Java de Sumatra en algo menos de tres horas de navegación y pasamos nuestra primera noche, en el lugar que se volvería muy asiduamente nuestro alojamiento durante los días que vendrían por delante, la estación de policía.

 Heridas que no sanan

Comenzar a rodar por Sumatra no fue tarea fácil. Por empezar, nos quedaban tan sólo 18 días hasta llegar a la ciudad de destino final, a unos 2200km. Sabíamos desde un principio que no podríamos hacer semejante cantidad de kilómetros, con tanta montaña de por medio en tan poco tiempo, pero también sabíamos muy bien en qué partes no íbamos a lamentar subirnos a una camioneta para que nos remolcara. Teniendo más o menos el plan en mente, comenzamos a rodar por una empinada subida de aperitivo ni bien salimos del puerto; en tan sólo 10 minutos y sin siquiera ser las 8 am, ya estábamos pasados por agua del calor. En ese momento, un dolor me hizo recordar el regalo que traía en mi tobillo desde Yogya. Cómo ya conté en una entrada anterior, en el trópico pasan tres cosas, la primera es que hay muchas alimañas, algunas identificadas, otras no, la segunda es que se filtran por todas partes durante la noche y al día siguiente uno se levanta y no sabe qué le picó, y la tercera que las heridas tardan una eternidad y media en sanar. No sabía qué demonios me había picado, pero lo que sí podía ver era mi tobillo trazando en tres dimensiones la geografía de los volcanes de Java: el Ijen, el Semeru, el Bromo y el Merapi. Cuatro mordidas, o dos pares de mordidas, no lo sé, habían sido hincadas en mi tobillo y a medida que pasaban los días, el dolor era más y más fuerte, al punto que me costaba caminar y pisar el pedal. En Jakarta, había tenido la genial idea de forzar la erupción de los cuatro volcanes con un alfiler, eso me alivió, pero luego vino la infección, cuatro cráteres devinieron en uno solo tan grande como el Krakatoa, y pensé que el pie se me iba a soltar del resto de la pierna. Como si fuera poco, deberían pasar 6 semanas para que la herida finalmente comenzara a sanar. Bemoles del trópico como verán.....



Sumatra no es grande, es inmensa y a medida que uno va atravensándola se va haciendo más consciente de este hecho cada día. Iniciamos el largo camino desde Lampung hacia Muko-Muko alternando entre subirnos a camionetas y rodar algunas partes. Para llegar a las partes más atractivas de Sumatra, era necesario atravesar muchas zonas indeseables, las cuales elegimos pasar rápido en pos de no perder días para los lugares que realmente valdrían la pena, aunque aún en un vehículo, rápido era simplemente un decir. Los caminos en la isla son todo, menos rectos y planos e incluso a un vehículo rápido le puede llevar unas 7-8 horas hacer 250km. El interminable camino costero trajo lo bueno y también lo peor de Indonesia. Lo bueno es que por unos 150km uno va rodando por quizás, una de las costas menos desarrolladas y a la vez más maravillosas del mundo. El camino sube y baja empinadamente sorteando montañas selváticas que mueren estrepitosamente en un océano azul profundo de rompientes furiosas, y entre paso y paso a través de ellas se forman bahías idílicas de pequeños pueblos de pescadores donde la gente vive en profunda comunión con el océano. Aquí, el mar ya no es el de las bahías estériles y aburridas que en general se muestran como el arquetipo del paraíso, aquí, a lo largo de cientos de kilómetros, el océano rompe con violencia sobre la costa, bañando a la isla con su espuma efervescente y sembrando el terror en las épocas de tormentas y terremotos. El Tsunami de 2004, aniquiló en la costa norte de Sumatra a 167.000 de las 240.000 personas que murieron en todas las zonas afectadas. Aún así, la gente local vive en estas bahías en la quietud y la tranquilidad de quien nunca espera un coletazo de la naturaleza y la vida transcurre pausadamente en fusión con el medio ambiente. Los hombres se lanzan a las tempestades del mar en balsas sencillas,


y pescan a la vieja usanza como se hace desde hace milenios, nadando con arpones, conteniendo la respiración, sin equipos sofisticados ni protecciones de ningún tipo. 


 Pero estos espacios de reconexión con costumbres milenarias y con vidas más sencillas de paso moderado no durarían mucho. Saliendo de este idilio de bahías escasamente habitadas y prácticas ancestrales se pasa una vez más a la profunda desmoralización. Sumatra, al igual que Kalimantán, lleva décadas siendo el blanco de la devastación ambiental llevada acabo por los genocidas de nuestro medio ambiente, en busca de cash rápido con miradas a corto plazo. Ocurre tan rápido que uno casi ni se da cuenta cuando se encuentra rodeado una vez más del horripilante y destructivo monocultivo de la palma de aceite. Todo el entorno pasa de ser naturaleza en su más viva expresión a naturaleza muerta, la anti-naturaleza artificial estratificada por hombres guiados por la avaricia y el egoísmo. Habiendo experimentado la vida en la naturaleza, es imposible no sumirse en la tristeza al atravesar estos vastos palmerales que alguna vez fueron una de las selvas más preciadas del mundo, resultado de un sinfín de eras geológicas. Lo más triste es que, no sólo la tragedia está aún muy lejos de terminar, sino que no hay miras de que deje de propagarse. Todos los años se incendian miles y miles de hectáreas de selvas vírgenes. Las multinacionales de la palma de aceite y los políticos corruptos se encargan muy bien por ejemplo de mandar a grupos ilegales de cazadores furtivos a matar a los pocos orangutanes que aún quedan, para que luego no haya excusas para poder seguir exterminando la selva. Los incendios a veces son tan brutales y excesivos que las nubes de humo se desplazan hasta el otro lado del océano, bloqueando los cielos de Malasia y Singapur. Los políticos de aquellos países viajan todos los años indignadísimos a Jakarta para pedirle a Indonesia que pare de contaminarles el preciado oxígeno de sus cielos, y los indonesios, la gente común claro, que no es estúpida, se ríen de este teatro de cinismo ya que saben muy bien que las empresas que aniquilan sus tierras para plantar la peste de la palma son en su mayoría de Malasia y Singapur. El poder en manos de unos pocos hace que la destrucción de nuestro mundo siga en pie y muy fuerte, sembrando heridas permanentes, aquellas heridas que nunca pero nunca sanarán y extienden la metástasis en nuestro planeta. En el veloz camino de su enriquecimiento a corto plazo, matan a nuestra tierra pero también envenenan nuestra salud. Un informe científico reciente, indica que el aceite de palma tiene un 49% de ácidos saturados, poniéndolo así a la par de la grasa animal en lo que respecta a efectos nocivos para la salud. Hoy en día, es la grasa más consumida en el mundo.

Donde Sumatra pone su sello

Fueron casi 650 km continuos de monocultivo de palma los que tuvimos que sufrir hasta llegar a Muko-Muko. Los hicimos haciendo dedo a lo largo de 3 días, pasando de camioneta en camioneta, y la verdad es que es de las pocas veces que como viajero en bicicleta, no me arrepiento en lo más mínimo de no haberlos rodado. De este sector, también me fui con una desagradable patada. En un momento de distracción, le di un fuerte golpe a mi cámara, la cual ya venía sobreviviendo a medias luego de un golpe fuerte en Kalimantán, casi 4 meses atrás. Este golpe fue el knock-out casi definitivo para varias funciones críticas, quedándose el fotógrafo desprovisto de su herramienta más fundamental de trabajo, por el resto de su pasada por este país. Todas las fotos que verán a continuación fueron sacadas con el alma por el piso, "a ciegas", y muchas tienen serios problemas de foco. Fue un trago muy difícil de digerir. Como fotógrafo, adaptarme a vivir viajando sin poder documentar el mundo a mi alrededor, me resulta de a momentos insoportable, no sólo por haberme quedado sin mi herramienta de trabajo, sino por no poder capturar hasta para mi propia satisfacción los momentos que quiero. No fue el fin del mundo ni mucho menos, claro, pero mentiría si dijera que no me dejó bastante desmoralizado. Así, iniciamos la última etapa por Sumatra. Muko-Muko marcó el punto de desvío de la costa y final parcial de las plantaciones de peste, dando lugar a las zonas protegidas de Sumatra. Allí, nos volvimos a montar en las bicicletas y rodamos los 40km de subida por un camino malo y sin tráfico hasta Sungai Penuh, un pequeño pueblo en un enorme valle en el interior de la isla. Nos llevó buena parte del día pedalear el ascenso a 1500 mts, pero alcanzar la cima del paso y encontrarse con este espectacular valle, con el lago Kerinci a la derecha y el volcán del mismo nombre a la izquierda y un corredor de pueblitos aislados entre ellos, nos regaló vistas memorables. La sensación fue similar a la de la llegada al Bada, en Sulawesi, algunos meses atrás. La sensación de atravesar una muralla natural, llegando a un reducto protegido por ella, un nuevo micro clima, un nuevo ecosistema.


Sungai Penuh fue el inicio de un estrecho y extenso corredor, que a través de montañas selváticas, plantaciones de té, lagos alpinos y valles fértiles, nos conduciría por más de 1000 km hasta el lago Toba por el valle y a su vez, saltando de valle en valle. Contrariamente a lo que uno imagina de un valle, el hecho de transitar mayormente por el mismo no hacía las cosas menos difíciles. El primer día saliendo de Sungai Penuh, nos tocó ir en subida constante y paulatina por nada menos que 85km, marcando el día de subida más larga en todo Indonesia. El volcán Kerinci con sus 3805 mts y su cima humeante, está rodeado de extensas colinas de plantaciones de té. El clima es excepcional y ayudaba a olvidar temporalmente los calores tórridos del trópico. 


Indonesia es famosa por su café y no tanto por su té, pero si bien sus plantaciones no son tan espectaculares como las que recuerdo al haber pedaleado atravesando Nuwara Ellya en Sri Lanka, tienen también mucho encanto. 


A diferencia de Sri Lanka, donde recuerdo que las recolectoras de las hojas eran todas mujeres, aquí hay muchos hombres cumpliendo tan exhaustiva tarea. A los mismos se los ve cargar en sus cabezas, bolsas de 50kg de hojas de té. Tratar de levantar una de estas con las manos da una idea inmediata de lo que debe ser llevarlas en la cabeza. Sean de plumas, hojas o cemento, 50 kilos son 50 kilos. Una vez más, queda a la vista el espíritu de hierro y estoico de algunos de los hombres de este país.


 Luego de las plantaciones en la altura vino un largo e intrincado camino subiendo y bajando constantemente. Por no menos de 100 km, seguíamos teniendo vistas lejanas del magnífico Kerinci a lo largo de los valles que nos condujeron a Bukittinggi, valles que trajeron consigo tierras fértiles de plantaciones de arroz, como grandes lagos azules entre montañas, ofreciendo vistas más similares a la de los escenarios lacustres de la Patagonia que a las del trópico donde se encuentran. 


Luego de Buktittingi, volvimos a cruzar el Ecuador una vez más. Esta vez, a diferencia de la anterior en Kalimantan, en la cual el calor había hecho de la experiencia lo más parecido a uno de esos actos de circo en los que una persona y/o animal salta atravesando un aro de fuego, aquí, el clima relativamente fresco de la altura lo hizo una experiencia ciertamente más amena.


Entrando en Sumatra del norte, se nota un aumento considerable de la pobreza, quizás la más notable en todo Indonesia. Los pueblos y aldeas son más precarios y las casas más venidas abajo, pero nada de esto parece volver a la gente más triste. Todo lo contrario, en los valles camino al lago Toba la gente se volvió más y más amigable y sonriente. En todo Sumatra y en el norte más que en todas partes, experimentamos la mayor cantidad de "Hello Mister" por kilómetro. Era realmente impresionante ir pasando por los pueblitos y que virtualmente cada hombre, cada mujer, cada niño que cruzáramos nos dijera efusivamente "Hello Mister", con alegría, con afecto, muchas veces al unísono, muchas veces superponiéndose los de un lado del camino con los del lado de enfrente. La gente nos siguió invitando café (Sumatra creo que está a la cabeza del café más delicioso de Indonesia) y la policía nos siguió brindando espacios para dormir todas las noches, hasta muchas veces nos invitaron a comer. Sumatra con esta calidad de gente y sus paisajes, se fue metiendo muy dentro en el corazón. Los animales hicieron lo suyo también. Por momentos, la selva se volvía una sinfonía de monos, emitiendo los sonidos más exóticos que alguna vez haya escuchado fuera de una película, comunicándose entre sí. Se escuchaba el vibrar de sus llamado como si fuera en una película de tarzán; no siempre se los veía, pero se escuchaban sus sonidos retumbar en las montañas como si fueran un anfiteatro, era para detenerse y escucharlos por un largo rato.  


Nos llevó jornadas exhaustivas avanzar hacia el norte, en las que pedaleamos desde el amanecer hasta el final del día y muchas veces hasta entrada la noche en caminos en los que nos sentíamos lo suficientemente seguros para hacerlo. En dos oportunidades pedaleando en la noche, hubo vehículos que se ofrecieron a ir muy lentamente detrás nuestro, siguiendo nuestro paso, iluminándonos con sus fuertes luces desde atrás, otra muestra de hospitalidad que me dejó anonadado. Imaginen un camionero, conduciendo por 10 o 15 km a un promedio de 15km/h solamente por iluminar el camino de dos ciclistas cuando podría ir a 90km/h. 
 Ya estábamos a tan sólo un día del lago Toba y al comienzo de una bajada de 5 km, a Julia le explotó una rueda, le hizo perder el equilibrio yendo a bastante velocidad, y se dió el porrazo más fuerte del viaje hasta el momento. A diferencia de los anteriores, esta vez casi no sangró, pero su muñeca izquierda quedó prácticamente paralizada. Afortunadamente no llegó a quebrarse, pero seguramente sufrió un esguince muy fuerte que le impedía volver a flexionar la muñeca más de unos pocos grados. No obstante, ella también es hueso duro de roer y en vez de molestarse en ir a un hospital o subirse a una camioneta y terminar el recorrido de Sumatra allí, se levantó del piso, descansó mientras yo reparaba su bici, probó si al menos podía apoyar la mano sobre el manillar para guiar, y decidió seguir adelante a pesar del enorme dolor que implicaba dirigir la bici con una mano que parecía un huevo de hinchada. Ojalá eso hubiera sido todo, al otro día le explotó la segunda rueda, se le desajustaron los dos ejes de las ruedas y ninguna de las dos ya giraba bien sobre su eje, ambas "bailaban" al rodar. Pero aún así, no se rindió, y decidimos ir un poco más lento pero seguir en bicicleta hasta agotar el último recurso. 
Con ella y su muñeca causándole dolor a cada rato, su bici rodando a duras penas y yo con la cámara rota, llegamos al lago Toba, dónde en un pueblo polvoriento, una astilla se metió en mi ojo y quedó incrustada en mi retina , volviéndome completamente loco de la molestia y posteriormente del dolor. Estaba aún a dos días del oftalmólogo más cercano así que no me quedó otra que soportarlo y seguir adelante.
Sería un desmerecimiento decir que el lago Toba es espectacular. Tiene 100 km de largo, 30 km de ancho, 500 metros de profundidad, está cercado por montañas selváticas que caen en forma de acantilado al mismo, es de color azul, verde, gris cristalino y en su corazón, tiene ni más ni menos que una isla con un volcán en el medio que se levanta como una muralla desde el centro del lago. A 900 metros de altura, el micro clima de la región es muy comfortable. Cada ángulo desde donde se lo mire, es impresionante, y no hay un sólo ángulo que sea igual o parecido al anterior o al siguiente. El mal clima que nos tocó y mi limitada capacidad de tomar fotos correctamente con mi cámara rota y un ojo lastimado, me hicieron imposible poder lograr fotos que le hicieran un mínimo de justicia a la grandeza de este gran espectáculo de la naturaleza. Espero que al menos las palabras les libren la imaginación y los motive a llegar allí algún día, y disculpen por la baja calidad de las fotos debajo.


El lago está mayormente habitado por la etnia Batak, la cual fue conquistada por la iglesia Protestante, a diferencia del resto de Sumatra que es mayormente musulmana y notablemente conservadora. Muchos bordes tienen grandes extensiones sembradas y la gente trabaja en la cosecha del arroz tan duramente como en el resto de la isla. Tanto mujeres como hombres cargan bolsas de arroz de hasta 50 kg en sus cabezas, llevándolas a pie desde el campo hasta el borde del camino haciendo malabarismo por los senderos pantanosos de las plantaciones. 


A medida que uno va bordeando el lago, se va pasando por diferentes bahías donde hay, desde pueblos pesqueros hasta hoteles para el turismo. 


 Saliendo del lago, vino, felizmente por un lado, una larguísima y paulatina bajada atravesando un bosque increíble, seguido de la vuelta a la selva y las colonias de monos, y tristemente por el otro, el comienzo del final de nuestro recorrido por Indonesia. Nos llevó dos días alcanzar la ciudad de Medan, la tercera más grande de Indonesia y la cual pareciera intentar disputarle el primer puesto a Jakarta en términos del peor tráfico del mundo. Habiendo descendido del lago, descendimos paralelamente una vez más al infierno de un tráfico insoportable, el calor pegajoso, la polución, las plantaciones de palma peste, de árbol de caucho y demás molestias. 
 Sumatra está sin dudas entre lo mejor que Indonesia tiene para ofrecer, su tamaño colosal y sus bellezas naturales tienen suficiente como para mantenerlo a uno varios meses dando vueltas en la isla. Pero también tiene lo peor que Indonesia tiene para ofrecer, interminables plantaciones de palma y una de las peores devastaciones contemporáneas de nuestro planeta. 

Sumatra, es de algún modo un resumen completo del resto de Indonesia, en ella se encuentra prácticamente un poco de todo lo que se encuentra en el resto del país. También, para nuestra alegría, tiene los mejores Martabak manis que hemos comido en 4 meses. Me reservé hablar de ellos hasta el mismísimo final de los relatos de Indonesia porque el martabak manis o terang bulan (según la isla) es sin duda, una de las cosas que más nos costará dejar atrás del país. Consiste en un panqueque muy grueso y esponjoso, hecho en el momento en sartenes de hierro forjado bien calientes, mientras la masa se cocina, se le echa una capa de azúcar primero, y luego otra capa gruesa de chocolate picado, el cual se derrite a medida que se cocina para luego finalizar el relleno con maní (cacahuetes) picado. Se extrae del fuego, se le echan chorros de leche condensada, se dobla al medio en forma de sobre, se lubrica con manteca a uno y otro lado, se corta y se sirve en caliente. El resultado es una bomba calórica, sobredosis de azúcar, con un grosor final de unos 5 a 6 cm. También se hacen con otros sabores, pero por ahora lo dejaré aquí habiendo contado mi versión favorita, la que me esclavizó todas las noches. Con un costo promedio de 1 dólar, era el valor perfecto para justificar una insoportable dependencia, una necesidad imperiosa de alcanzar cada noche el pueblo o ciudad que tuviera un puestito de martabak. Sumatra tenía muchos, y en todos, el martabak manis era invariablemente un manjar. Como tal, fue el postre de despedida en nuestra última noche en Indonesia, antes de partir de vuelta a China.

Comentarios

  1. Esta muy interesante y sumamente detallado el blog de tus experiencias mientras viajas. Gracias por tan bonitas fotos de Indonesia. Well done. Terima kasih.
    Ruth (TX)

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