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En el anillo de fuego


Con un tiempo tan limitado como 4 meses para recorrer Indonesia, el último lugar del país en el que hubiera perdido al menos un segundo es en Bali. La mera idea de pasar por ahí me daba escalofríos, será por eso que el destino puso a la bicicletería más cercana en nuestra dirección, para poder comprar y reemplazar el componente roto de mi bici, en dónde? Exacto, en Bali. Así es que desde Labuanbajo, nos tomamos el Bukit Tilongkabila, en dirección a Denpasar, capital de la isla. Fueron las últimas 32hs que debíamos pasar en un PELNI en esta travesía y al igual que todas las veces anteriores, fue una experiencia PELNI como la ya descrita en las entradas anteriores. Bajarse en el puerto de Denpasar, fue como bajarse en otro país. Si alguna vez en la historia, Bali fue un paraíso, ahora ciertamente es casi imposible imaginarlo. Nuestra pasada se limitó a ir, del puerto a la bicicletería, y de la bicicletería 140km al oeste para cruzar a Java. Logramos minimizar este bemol a unas 10 horas nada más. Poco tiempo pasada la medianoche, estábamos ya desembarcando en Banyuwangi, Java. Era hora de subir a ver la tierra respirar.

En los pulmones del infierno

Indonesia es el país con más volcanes activos e inactivos del mundo. Visto en un mapa, toda la costa sur que se extiende a lo largo de Sumatra, Java, las islas de Nusa Tenggara y Papua delinean uno de los bordes de lo que se conoce como el “Anillo de fuego del Pacífico”. La concentración de volcanes que hay a lo largo de estas islas es apabullante y Java tiene algunos de los más espectaculares. Ya habíamos pasado por Kelimutu, Inerie y muchos otros hasta aquí, ahora nos tocaba ascender a Ijen, uno de los lugares más impresionantes que he visitado hasta ahora, y donde se realiza uno de los trabajos más inhumanos del planeta (a este último le dedicaré la entrada que sigue). Saliendo de Banyuwangi, fueron tan sólo 34 kilómetros hasta Kawah Ijen, en la base del volcán, pero de aquellos 34, 17 fueron de subida muy empinada salvando un desnivel de 1600mts. Menuda subida, nos llevó unas 4 horas y hubo algunos tramos en los que hubo que empujar por la pendiente del 18% y las piedritas sueltas del asfalto recién terminado. Acampamos al pie del volcán, comimos y nos fuímos a dormir a las 6 de la tarde. A las 2 am sonó el despertador y en plena oscuridad con una lámpara muy débil en baterías, comenzamos el ascenso de 3 km hacia el borde del cráter. Luego de unos 45 minutos nos encontrábamos ya en el filo, a 2300 metros, y ver el vacío delante de los ojos era simplemente escalofriante, poco más de 1 km de diámetro de abismo, los humos brotando de la tierra y las estrellas encima nuestro. Ahora faltaba el descenso de 800mts entre rocas sueltas, al lago de ácido en la base del cráter, en cuya orilla, la tierra revela sus entrañas despidiendo enormes nubes de sulfuro. Descender no fue tarea fácil ni segura. La oscuridad era casi total y mi lámpara había usado casi toda la batería. Había que ir pisando despacio entre las rocas sueltas, tratando de encontrar un punto estable en el cual pisar, la pendiente no sólo era muy empinada, sino que no se veía nada, excepto algo muy extraño a lo lejos en el fondo del cráter. Era el motivo por el cual habíamos ascendido en plena noche, el fuego azul. Según nos dijeron allí, este fenómeno es visible sólo aquí y en Alaska, y es realmente impactante. Es una sensación muy extraña ver fuego azul saliendo de la tierra, tal como si fueran hornallas de cocina.


 Entre tanto, los mineros iban y venían extrayendo las rocas de azufre y yo me posicioné cerca de ellos para documentar su trabajo. Las nubes de sulfuro eran tan espesas que no se veía através de ellas. Se mantenían lejos en la medida que el viento soplara detrás de uno, pero en los momentos en que cambiaba, me veía envuelto en ellas (junto a los mineros claro), y la experiencia de respirar allí, no se la recomiendo a absolutamente nadie. El sulfuro es altamente tóxico, cuando uno lo respira siente que arden los pulmones, yo inmediatamente me cubría con el polar que llevaba puesto pero aún así era insoportable. Los ojos ardían al instante y desprendían lágrimas descontroladamente. El olor era pestilente. Una y otra vez tenía que intentar salir de ellas lo antes posible, pero buscar la salida era difícil y peligroso, porque fuera de noche o ya de día, no se veía absolutamente nada envuelto dentro de las mismas. Sólo se escuchaba el toser descontrolado de los mineros y de uno mismo. Una, dos, tres bocanadas y la sensación ya era de desmayo inmediato. Así me pasé unas 5 horas, tomando fotos, tratando de evitarlas lo más posible pero cayendo dentro de ellas bastante seguido por los cambios de viento. Como contaré en la próxima entrada, la tarea de estos hombres, es inhumana. Para mí, fueron tan sólo 5 horas, pero ellos respiran y se asfixian en sulfuro todos, y cada uno de los días de sus vidas, y no tienen muchas más opciones.


A medida que amanecía, el color verdoso-turquesa del lago de ácido comenzaba a brillar, y la tierra del piso revelaba su color amarillento teñido por el azufre. A su vez, las paredes verticales del cráter, mostraban los infinitos colores minerales de la corteza de la tierra, extendiéndose un kilómetro más arriba, hasta el filo del cráter.


La sensación de estar dentro del cráter de un volcán activo es de por sí intimidante, sin embargo lo peor lo descubriríamos días más tarde, en Yogyakarta, cuando nos enteramos de que el volcán estaba en “alerta 3” de erupción, una experiencia que felizmente agradecí perderme. La salida fue más simple por la luz del día, pero en ella, uno se hace consciente del peligro de descender allí de noche. Una vez más en el filo, ver este inmenso cráter fue una de esas experiencias que quedarán por siempre grabadas en la retina.



Tierras extraplanetarias

Al bajar de Ijen noté que me encontraba mal, sin dudas tantas horas respirando los humos tóxicos de sulfuro y el frío de la noche me habían afectado, sentía los pulmones encogidos como dos saquitos de té mojados, pero no teníamos tiempo para detenernos y seguimos nuestro rumbo al este en camino a un nuevo volcán, el más famoso de todos. Para ello, debíamos primero descender todos los metros que habíamos subido, y el único consuelo era hacerlo a lo largo de valles de plantaciones de café que se extienden infinitamente en el horizonte. Dos tipos de café muy famosos en occidente tienen su origen aquí, el Arábica y el Robusta y en unas tienditas en el medio de las plantaciones lo venden por unos pocos centavos. Es tan rico que hace delirar! Desde Colombia que no probaba un café tan delicioso. El café y el buen clima me repusieron un poco, pero mi salud seguía cayendo en picada. Perdimos finalmente toda la altura ganada y llegamos a la costa para hacer 40km planos, volver a girar hacia el interior de la isla y sumergirnos en una nueva subida, esta vez aún más fuerte. 25Km de pendientes de entre 16% y 18%. La mañana antes de arrancar la subida me levanté con mucha fiebre y me encontraba fatal, con todo el cuerpo dolorido, pero no nos quedaba mucho tiempo, nuestras visas expiraban en muy pocos días y debíamos llegar a Yogyakarta a renovar. Los que me leen de hace mucho lo saben muy bien, soy un hueso muy duro de roer, y no me iba a perder del Bromo por quedarme en cama, así que decidí posponer la caída y me monté en la bici a subir como podía. Entre la fiebre y el calor no paraba de sudar, todos los huesos me dolían y tenía las fosas nasales completamente bloqueadas, pero ya lo había decidido, no me iba a enfermar hasta pasar el volcán y seguí hasta usar la última gota de energía. Costó mucho, a medida que subía comenzó a hacer mucho frío y me encontraba todo mojado del sudor y la fiebre, tuve que empujar bastante, muy lentamente y los últimos 3 km en una pendiente ridícula me llevaron una eternidad. Ascendimos de 0m a 2230m en tan sólo 23km, y nos llevó el día entero. Llegué hecho trizas pero llegué y en vez de caer, tomé más fuerzas al estar ya allí. Cuando vi la inmensa caldera de donde sale el pequeñito volcán Bromo, rodeado de otros dos volcanes y de un mismísimo desierto, el escenario fue tan alucinante que temporalmente creí haberme curado. Un escenario para contemplar para siempre. El Bromo es la atracción turística más popular de Indonesia, principalmente entre indonesios, y tristemente esto tiene consecuencias fatales para el pueblito de Cemoro Lawang, situado en un lugar idílico al borde de un acantilado con vistas al inmenso cráter, devenido en un pueblo de tiburones hambrientos que lo único que quieren es sacarte la mayor cantidad de dinero posible en el menor tiempo posible, donde todo se intenta cobrar 10 veces más que lo normal, de donde me fui sin tomar ni una sola foto de gente local, porque todos me ponían la cara sólo si les pagaba antes.

Cemoro Lawang al borde del acantilado, al amanecer. 
Los efectos del turismo en masa son deleznables, destructivos, transforman a la gente local en buitres famélicos en constante búsqueda de dinero. Saliendo de este pueblo apestoso donde te quieren cobrar hasta por respirar, pusimos la tienda en un sendero alejado, algunos kilómetros arriba en la montaña. Nos volvimos a levantar una vez más a las 3 am y ya me sentía relativamente mejor. En plena noche comenzamos la caminata a un mirador al que no van las masas, por un sendero muy empinado de barro. Nos llevó unas dos horas de trepar en la oscuridad llegar arriba listos para deslumbrarnos con el amanecer. Las vistas fueron memorables. Tres volcanes dentro de la inmensa caldera, el desierto y la “sabana” rodeándolos y los acantilados de la caldera haciendo de gran cerco contenedor. No hay foto que le haga justicia a tan magníficas vistas.



 A medida que amanecía el juego de luces y sombras se volvía más y más deslumbrante, las nubes yendo y viniendo le daban cierto misticismo a la atmósfera. El Bromo, pequeñito pero permanentemente humeando, el Kursi, el Batok y finalmente el Semeru, al fondo de todo imponente coronando el horizonte con sus 3676m. Vistas que no tienen precio.


Toda la geografía parece sacada de algún planeta remoto de alguna película de ciencia ficción.


 Luego de contemplar un rato largo, ver el amanecer y quedarnos sin palabras, emprendimos el camino hacia Malang. Salir de la caldera fue una experiencia no menos increíble, primero ascendimos al cráter del Bromo, luego tuvimos que cruzar el enigmático desierto Laotian Pasir que bordea a los volcanes. La sensación de rodar en un desierto, a 2200m de altura, rodeado por volcanes con formas extraplanetarias, en el trópico, es incomparable



 Circumbalamos los tres volcanes, primero a través del desierto y luego através del manto verde que llaman la “sabana”. De allí ascendimos por la ladera trasera de la caldera hasta salir del pozo para conectar finalmente con el camino de 43km de bajada que nos conduciría hasta Malang.
El descenso no fue menos empinado que el ascenso del día anterior. Por momentos era tanta la inclinación que después de un rato dolían las manos y los tendones de hacer tanta fuerza permanente clavando los frenos. Los paisajes no dejaban de sorprender. En Filipinas, habíamos visto cómo, a lo largo de los siglos los habitantes habían esculpido magistralmente las laderas de la intricada geografía de la cordillera, para poder lograr espacio plano de cultivo. Aquí, sin embargo, se ahorraron tanto trabajo y directamente sembraron sobre las laderas, que son tan verticales, que miradas de frente parece estar mirando una pared dibujada con parches tejidos en diferentes ángulos y estilos. Es difícil imaginar lo difícil que debe ser sembrar y cultivar en pendientes tan verticales. A la gente se la ve moverse de arriba a abajo en los cultivos, y parece como si estuvieran dentro de una de esas cajas de vidrio que tienen tierra y los canales por donde circulan las hormigas. Nunca he visto algo así


En este increíble paisaje de paredes verticales texturizadas continuamos el largo descenso. De ellas pasamos a una espesa selva llena de colonias de monos saltando acrobáticamente entre los árboles, haciendo ruidos llamándose entre sí, y alejándose cada vez que nos deteníamos a vernos. Llegamos a Malang al final del día y de allí iniciamos nuestro camino a Yogyakarta, a encontrarnos con Sardi, nuestro amigo indonesio que nos haría de sponsor para nuestra última extensión de la visa. Al final nunca caí enfermo. Los médicos recomiendan reposo cuando uno tiene fiebre, dolor de músculos, congestión, etc. Mi recomendación es: seguir pedaleando! 

Comentarios

  1. Nico amigo, sos un grosso! Y gracias por compartir tan bellas descripciones e imágenes. ¡Es cierto lo que decís, en la vida hay que seguir pedaleando! Te mando mucha fuerza para que continúes y dale nomás para adelante, que la meta siempre está por llegar. There is more in each of us than we know, so fuckin´ true my dear friend! Peace Out!

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  2. Grande Nico, espectacular tu descripción y geniales tus fotos. Es cierto lo que vos decís, en la vida hay que seguir pedaleando. Salutte Bambino!

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  3. k maravilla de paisajes y k pasada tuvo k ser ciclar por esa carretera del desierto rodeado de los volcanes extraplanetarios!! Makinassssssss

    un abrazo
    Mantu

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