Todo por un dólar
Pasé mi primer día en el país camino a Bulawayo con un nuevo entretenimiento para distraer mi cabeza, practicar ndebele mientras pedaleaba. Este lenguaje que se habla en el este del país es uno de los lenguajes de clicks de Africa, que consta en intercalar “clicks”, como aquellos que hacemos cuando imitamos a un caballo galopar o llamamos a un perro,entre las sílabas de las palabras. No es nada simple, porque hay al menos 4 tipos de “clicks” diferentes que marcan la jerarquía de lo que se habla y el "click" no debe cortar la fluidez de la pronunciación. El sonido resultante del lenguaje es hermoso, una verdadera sinfonía de click-clacks/click-clacks, algo que nunca había escuchado antes, pero pronunciar las palabras es literalmente un trabalenguas. El Padre “Nu'click'be” en la iglesia de la frontera, me enseñó varias palabras para que pudiera entretenerme todo el día, y eso hice. Para cuando llegué a Bulawayo, 110 km más tarde, ya podía hacer los clicks de algúnas palabras sueltas, pero para una oración continua creo que aún necesitaría unos 1000 km más.
Bulawayo, es el ejemplo perfecto de los resultados de los caprichos de Mugabe. Una ciudad que alguna vez fue una gran urbe industrial, ahora con todas sus fábricas cerradas, abandonadas, sin producir nada para el país. En uno de sus brotes de populismo, Mugabe le confiscó todo a los blancos, las tierras, las fábricas, a veces de maneras violentas que llevaron a la muerte de miles de personas y al exilio del resto. Maniobras como estas, que le devolvieron la popularidad que quería, eventualmente hundieron al país en la pobreza y el caos económico, obligando a la mayoría de los zimbabuenses pobres a huir por la falta de trabajo y el hambre, en un país que es considerado el granero de Africa. Zimbabue es la pampa húmeda de Africa y basta con salir de la ciudad para verlo claramente.
Sin embargo, al dejar estas fértiles tierras arbitrariamente en manos de gente sin conocimiento alguno, el país perdió en poco tiempo todo su poder de producción. Habiendo crecido en un país con una economía esquizofrénica, es muy raro que otro país logre sorprenderme en ese aspecto. Eso creía hasta que llegué a Zimbabue, cuya hiper exorbitante inflación los llevó a tener billetes de hasta 100 trillones de dólares, los cuales hoy en día, sirven de souvenir. La moneda oficial es el dólar estadounidense, sin embargo, esto no tiene conexión alguna con el tesoro de Estados Unidos, quien no lo avala. Básicamente, las divisas en dólares que entran al país por lo que exporta, se inyectan directamente a la economía. Pero el problema es que entra en billetes grandes, y nunca en monedas. Para el cambio chico, el país usa el rand sudafricano. Es decir, que si uno va al cajero automático extrae billetes de 20,50 y 100 dólares, pero al pagar en el supermercado, la diferencia por debajo de 1 dólar (y a veces de 10), se devuelve en monedas de rands, que por supuesto tienen una tasa de cambio diferente al del dólar. Justamente por eso, es que casi todo vale un dólar en Zimbabue y muchas veces la relación entre costos no tiene sentido. Una lata de coca-cola: 1 dólar. Un plato de sadza con carne: 1 dólar. Un kilo de manzanas: 1 dólar. Un paquete de pasta: 1 dólar. Al final del día, todo se compensa y termina saliendo bastante barato, pero creo nadie en este país, ni sus políticos, entiende cómo su economía “funciona”.
Acampadas de ensueño
La ruta que he elegido para cruzar Zimbabue es rural, muy tranquila y con poco tráfico. He entrado en una etapa introspectiva en la que decido estar mayormente solo, y este país me ha regalado la vuelta a las acampadas sublimes en la naturaleza, donde poder encontrar paz en la suavidad de las formas y en los cielos que despilfarran colores vibrantes al comienzo y al final de cada día.
La geografía de Zimbabue no se compara a la de todos los países que lo circundan. Mientras que aquellos son mayormente bush infinito y monótono, aquí las montañas cubiertas de un espeso tapiz de árboles y rocas, aportan la riqueza de formas únicas, elevándose suavemente hasta desvanecerse entre la niebla en el horizonte.
Si estoy cerca de alguna aldea, los lugareños se acercan siempre a ofrecerme que pase la noche en sus casas, pero gentilmente declino las invitaciones en busca de un espacio para mí mismo. Todos me aseguran que no debo preocuparme por mi seguridad y no dudo de ello en ningún momento. A pesar de que en Zambia y Botswana (como ocurre en casi todo el mundo, lo malo siempre lo perpetra el de en frente) todos le atribuyen los robos a los zimbabuenses, en ningún momento me he sentido amenazado, sino más bien protegido por la gente que me rodea cada noche, cuya calidez me dio siempre la tranquilidad necesaria para dejar todas mis cosas afuera de la tienda como lo hago habitualmente.
Todo es exquisitamente bonito mientras acampo en esta geografía de clima afable; me preparo un té para beberlo mientras contemplo los colores del atardecer, cocino mi cena antes de que oscurezca y me preparo para echarme panza arriba a mirar mi programa favorito de las noches en la tele; miles de millones de estrellas pasan en la tele de Zimbabue durante la noche; tantas que puedo conciliar el sueño mientras estudio minuciosamente las galaxias que aquí se ven tan claramente a lo largo de la vía láctea.
Un jardín de baobabs
Ya en el giro casi a 90 grados que hago en rumbo norte hacia Mutare, el camino se vuelve de repente en un extenso jardín de baobabs, que en este momento del año se encuentran todos florecidos. Pocas veces he visto un árbol tan hermoso. Es tan bonito como caricaturesco, cuerpo alto y robusto con bracitos cortos en su copa, parece un árbol salido de una historieta de fantasía para niños.
Cuando me preguntan por qué hablo tantos idiomas y por qué me gusta aprenderlos, siempre contesto que aprender un idioma, incluso si son tan sólo sus cosas más básicas, es el primer paso para poder comenzar a entender la cosmovisión de una cultura, la cual es reflejada antes que nada, en su lengua. En uno de mis últimos días en Zimbabue, mientras estoy sentado en una cantina de la ruta comiendo sadza con pescado, un señor, me pregunta gentilmente si puede sentarse a dialogar conmigo. Por supuesto respondo y luego de una interesante conversación política, le pido a Robert que me enseñe un poco de shona (el lenguaje del centro y oeste del país).
Comenzamos por lo esencial, algo que creo que debe ser un deber aprender, más bien una obligación, de todo viajero para entrar a un país como invitado: "Hola!" "Buen día!" "¿Cómo estás?" "Muy bien". "Por favor" y "gracias".
Cuando Robert me enseña a decir "¿Cómo estás?", se detiene y me aclara que en shona, se dice “¿cómo están?” en plural, incluso si nos dirigimos a un sólo individuo, porque cuando alguien pregunta esto, se pregunta incluyendo no sólo a la persona en cuestión, sino también a todos sus familiares, su familia extendida y hasta sus ancestros. De la misma manera, al responder, se responde “estamos bien”, y la persona responde por él, por sus familiares, su familia extendida y sus ancestros.
Nico! espero andes bien! quizas medio inoportuna mi pregunta en este posteo pero cuando leia la parte de tu acampada bajo las estrellas, y sabiendo las tantas noches que las has disfrutado...que es lo mas llamativo que has visto del universo que nos rodea en este cielo? Te mando un abrazo!
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