De todo lo que he escrito hasta ahora de Etiopía, habrá quedado claro ya, que el problema principal con el que nos encontramos una y otra vez en este país es su gente, particularmente los niños y adolescentes. Desde el día en que llegamos, y hasta el día de hoy en que me encuentro escribiendo esto ya varios meses después de irnos, he estado tratando de entender, de encontrar una explicación coherente a este deleznable comportamiento. No sé si he encontrado una respuesta que explique todas mis inquietudes (y frustraciones), ni probablemente haya una sino varias respuestas, pero a través de conversar con gente que considero iluminada, he podido quizás acercarme al comienzo de la compresión. A estas personas, a quienes me gusta llamar los “ángeles de Etiopía” está dedicada esta entrada
Kate
Conocimos
a Kate cuando bajaba caminando por el remoto camino de las montañas
Simien que la lleva a la pequeña aldea que hoy se ha convertido en
su hogar. Son 3 horas de agotadora subida hasta Debark, el
pueblo más cercano donde se pueden conseguir alimentos esenciales, y 3 horas de áspera
bajada de vuelta hasta su aldea.
Kate es inglesa, tiene 48 años y hace más de 12 que vive en el
remoto norte de Etiopía. Llegó como una viajera exploradora para
cruzar el país caminando y durante ese viaje decidió que allí se
quedaría. Durante 8 años vivió en Gondar enseñando a niños
pobres, hasta que harta de luchar contra las trabas de la burocracia
local decidió mudarse a la aldea y fundar su propia escuela.
La
aldea de Kate está situada en medio de una muy rigurosa geografía,
tiene algunos cientos de habitantes, no tiene electricidad, no tiene
agua corriente, no tiene desagüe cloacal y las casas son chozas de
paja. Allí, junto a su marido etíope, fundó la escuela local a
base de inimaginable esfuerzo y perseverancia, con la poca ayuda de
donaciones que recibe del exterior. Comenzó por construir la primera choza que serviría de aula del primer grado y
luego fue de a poco generando la infrastructura mínima para comenzar
a impartir las clases. Hoy ya va por su segunda choza, el segundo
grado y con planes de expandirse.
El
camino que eligió Kate no es fácil, todos los días debe luchar contra
la escasez de recursos, tanto la de ella como la de sus alumnos, para poder
seguir brindando la necesidad básica más esencial: educación.
Cuando le pregunté a Kate sobre por
qué había elegido Etiopía, me respondió que fue simplemente porque era lo que
sentía que era correcto. Kate
enseña el primero y segundo grado de la escuela primaria, a niños
que básicamente no tienen nada. De sus 32 alumnos, la mayoría van a
la escuela descalzos, con las ropas agujereadas y mugrientas y muchos
de ellos son virtualmente huérfanos. Sus motivaciones no son religiosas, sino más bien
puro altruismo. Kate es también económicamente pobre, no quizás tanto como
sus alumnos, pero aún así debe racionar la comida para ella y su
propia familia, debe elegir en qué momentos poder comprar alimentos
de lujo como la carne y debe cuidar minuciosamente los gastos para
poder mantener su escuelita en
funcionamiento.
Aún
así, al hablar con Kate, quien más que nadie conoce las enormes
dificultades de enseñar en estas condiciones, nunca escuché una
queja salir de su boca. Habla de los enormes obstáculos que encuentra para
lograr conseguir dinero, pero no menciona nunca la palabra "problemas".
Habla del gran desafío que es poder pagar todos los meses su gasto
más alto, el sueldo del maestro, pero sus palabras no demuestran una
mente atascada en preocupaciones. De la boca de Kate sólo salen dos
cosas: por un lado planes, más y más planes a futuro, aún sin
saber de dónde sacará los fondos, y por otro lado una enorme
sonrisa. Gracias a Kate, 32 niños etíopes tienen mayores
probabilidades de soñar una vida diferente y no terminar tirándole
piedras a los faranji
(hombre
blanco), pidiendo dinero histéricamente y encontrando el fin del
aburrimiento en hostigar.
Ángel
Llegar
a Wukro es como salir temporalmente de Etiopía, tal es el efecto que tiene la presencia de la Misión católica liderada por el
Padre vasco Ángel Olarán. Llegamos allí luego de semanas de lidiar
con las infatigables demandas de dinero de los niños etíopes, las burlas, el
hostigamiento, los piedrazos, y con tan sólo transitar por la calle
principal del pueblo se siente la diferencia. La gente aquí es
mayormente amable y los niños sonríen, un efecto que se va haciendo más
pronunciado a medida que nos acercamos al predio de la Misión.
Ángel
lleva 20 años llevando la Misión de Wukro, luego de haber pasado
los anteriores 20 años a cargo de una Misión en un pueblo remoto de
Tanzania. Habla tigriña (y swahili) fluido, aunque él es
demasiado humilde para reconocerlo, y ha dedicado su vida entera a
enseñar y brindarle herramientas a la gente para que supere su condición
de
ignorancia y pueda defenderse en la vida de una manera más digna. Si
bien Ángel es un sacerdote católico y es una profunda fe
la que lo motiva a seguir esta vida altruista, en ningún momento se
ha despachado con un discurso religioso al hablar de sus
motivaciones, su obra y sus resultados. Las palabras son más bien las
de una persona esencialmente pragmática y solidaria que ante todo, está ahí para
ayudar, no para convertir. Su fe religiosa es algo reservado en su vida personal.
En
los días que pasamos invitados en su Misión, hemos conocido a los
niños etíopes más increíblemente afectuosos; tan dulces que
sinceramente me hubiera gustado pedirles las partidas de nacimiento
para comprobar que realmente habían nacido en ese país. Muchos de los
niños que frecuentan la Misión son huérfanos, y tanto Ángel como los
voluntarios que trabajan allí temporalmente hacen visitas semanales a
las casas donde viven los niños. Por otra parte, la Misión cuenta con una variedad de cursos terciarios donde por una suma mensual muy modesta, la juventud puede acceder a una formación que le permitirá probablemente lograr alcanzar un mejor destino.
Ángel
y su Misión tienen una influencia significativa en Wukro. En cualquier
punto del pueblo, uno puede preguntar por él y te indicarán el camino
para llegar a la Misión. El afecto de la gente se ve reflejado en cómo todos interactúan con él al pasar. La gente local que pasa por allí, lo abraza con un inmenso afecto, lo saludan con amor, lo llenan de besos cariñosamente mientras él conversa y les hace bromas. Verlo con su gente, es como ver a un abuelo de esos adorables, de cuento de niños, Ángel emana amor.
Y los niños?
Paradójicamente,
ni Kate ni Ángel parecen tampoco tener una respuesta a esta misteriosa
naturaleza salvaje de los etíopes. Durante su vida diaria en Etiopía se
ven una y otra vez frustrados también. Aún así hay varias puntas por las
cuales se puede empezar a comprender la complejidad del tema.
Según nos explica Kate por ejemplo, en Etiopía
rural (el 85% del país) no existe nada semejante al planeamiento
familiar, el matrimonio promedio tiene como mínimo 5 o 6 hijos.
Sin embargo, el problema no es tanto ese sino el hecho de que, como
suele suceder a menudo, cuando el padre de la familia pierde su
trabajo o no puede generar dinero, se muda a otra aldea y desaparece
para siempre dejando huérfanos a sus 6 hijos. Allí, forma una nueva
pareja con la que tiene otros 6, 7, 8 hijos, hasta que por motivos
económicos debe irse una vez más y repetir este nuevo ciclo. No es
por cualquier cosa que la población de Etiopía saltó de 15
millones en 1935 a los casi 90 millones del día de hoy, y se perfila
a superar los 120 millones para 2030.
Ángel
conoce muy bien el tema de los piedrazos también. En 2005, acogió al
legendario ciclo viajero vasco Lorenzo Rojo cuando llegaba en bus a
Wukro producto de haber ligado un piedrazo en la cabeza que le abrió la
frente. Ángel no tiene una respuesta definitiva tampoco al respecto pero
cuando habla de este tipo de cosas, manifiesta la misma frustración y
falta de entendimiento que podemos tener nosotros, aún luego de 20 años
en Etiopía trabajando para su gente.
Ayuda que no ayuda
Durante los años 80/90, Etiopía salía constantemente en los diarios por
sus terribles hambrunas. En ese tiempo, el país comenzó a recibir una
invasión de ONG del tan llamado primer mundo principalmente. Según mucha
gente en Etiopía, muchas de estas ONG son en gran parte responsables
del comportamiento enfermizamente pedigüeño de los etíopes. La mayoría
de las ONG vienen a dar y regalar pero raramente a enseñar. Dan una mano
volviendo a la gente dependiente en vez de brindarle las herramientas
necesarias para romper esa dependencia y despegar por sí mismos. Peor
aún, han generado una visión general en los etíopes de que todos los
blancos están ahí para dar algo gratis, de ahí que la gente le exige a
los faranji (hombre blanco) que les den cosas, las que sean.
Kate,
como tantos otros, con su humilde emprendimiento es víctima de la
ignorancia de los grandes recipientes de donaciones del mundo. Kate nos
dice que por ejemplo, la ONU, dedica millones de dólares anuales a uno o
dos temas, y siempre sin excepción son temas que deben terminar en la
tapa de los diarios para hacer buena publicidad, sin importar la
efectividad final de dicha "ayuda". Kate no ha recibido nunca un céntimo
de quienes más donaciones reciben. Al contactarlos, la respuesta
frecuente es: "este año nos ocupamos tan sólo de este (el que sea)
tema", y siempre debe ser un tema que genere noticias en los medios del
mundo. Sin embargo, mucho de ese dinero se pierde en el camino de la
burocracia y la corrupción local y muy poco de él llega a producir un
cambio sustancial en la calidad de la vida de la gente.
No
se necesita de la ONU o de tantas ONG que se han vuelto
prácticamente corporaciones multinacionales para mejorar la calidad de
vida de los que más sufren; ellos velan claramente por su agenda
política más que por darle a la gente las alas para poder volar. Etiopía
es el más claro ejemplo de lo que es recibir ayuda ( de a millones) que
no ayuda, para que unos pocos puedan salir en los diarios como grandes
sanmaritanos.
El
inefable George W. Bush, aquel criminal que todos conocemos, llegaba en
una flota privada de helicópteros a las montañas Simien días antes de
nuestra pasada por allí. Kate nos contaba que él viene seguido y se
aloja en un hotel que cierran para uso exclusivo de él.d Él dirige una
fundación en Estados Unidos que se encarga de regalarle a Etiopía los
retrovirales necesarios para tratar a los infectados de HIV. Sin
embargo, es ayuda irresponsable que no ayuda. Desde el día que los
retrovirales se volvieron gratis para la gente, la tasa de infección de
HIV en Etiopía subió a niveles alarmantes, ¿Por qué?, porque el
tratamiento reduce al virus a una enfermedad crónica que ya no amenaza
la vida, y como encima es gratis, ya no es necesario cuidarse más porque
se puede vivir toda la vida con él.
La
iglesia ortodoxa etíope, una de las más fascinantes culturalmente por
su legado histórico, es también la misma que conserva las prácticas tan
retrógradas, tan viejas como la edad de la iglesia, que acentúan los
problemas aún más. El descontrol absoluto de nacimientos que existe en
este país parece no tener fin alguno. Aparentemente abundan los
programas del gobierno para educar sobre planificación familiar, pero
todos quedan anulados cuando la gente va a la iglesia. Según nos cuentan
varios etíopes con alto nivel de educación, a la gente se le brinda la
información sobre métodos anti-conceptivos,. Sin embargo, luego van a la
iglesia y lo consultan con el sacerdote, quien procede a responderles
que está perfecto si aquí en la tierra quieren usarlos, pero que también
deben saber que cuando mueran y vayan al cielo quizás a Dios no le
guste... Con esta frase que dejan en suspenso, inducen el suficiente
terror en la gente pobre para que dejen de cuidarse.
Los
problemas que existen en Etiopía son muchos y probablemente todos se
relacionen para brindar una visión que explique por qué los etíopes son
como son. Sin embargo, estoy convencido de que hay algo en particular,
inherente e intrínseco a la cultura etíope que marca la diferencia con
el resto del mundo. El origen de esa cualidad es para mí un misterio
aún. Lo que sí tengo en claro a través de la experiencia con Kate y
Ángel, es que un cambio cualitativo es posible si se hace
responsablemente. Es ayuda como la de ellos la que genera a largo plazo
los cambios de fondo, aún cuando en números, las cifras resulten
insignificantes y no sean aptas para ocupar las tapas de los diarios ni
los titulares de las noticias. Es este el trabajo fino que eventualmente
puede cambiar el mundo, de a uno por uno. Es gracias a gente como Kate y
Ángel que recupero la fe en esta gente y me llena de energías para
emprender el camino que aún nos queda por delante en este país.
Gracias, Nico, por este artículo. Te felicito porque no te quedaste con la mala imagne de los etíopes surgida de tu impresión, sino que buscaste una respuesta, una explicación.
ResponderBorrarGracias a tus relatos, yo puedo aprender a que siempre debemos hacernos preguntas y no quedarnos con nuestros prejuicios.
Abrazo.
Jejeje, sí, la apertura mental ante todo mi querido amigo, pero en Etiopía es extremadamente difícil. Ya verás que las cosas se ponen aún mucho mucho peor a medida que avanzamos al sur, y ahí sí ya quería prenderlos fuego a todos jajajaj. Ya verás !! un abrazote
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