Luego de 24hs de navegación por
aguas serenas, llegamos a Sandakan en Borneo, parte malaya. La
primera vez que había estado en Malasia había sido hace 12 años
atrás, en 2001, aquella vez había visitado solamente la parte
peninsular y en aquél tiempo no viajaba en bicicleta. En ese
momento, si bien el país estuvo lejos de resultarme inolvidable, la
experiencia me había parecido positiva. Esta pasada en bicicleta por
la parte insular de Borneo cambió mi perspectiva.
Sandakan es una ciudad portuaria
pequeña y tranquila de la provincia de Sabah, con mucha población
de origen chino e indio. Esta última es una bendición, los indios
han traido su magnífica cocina y llenado Malasia de restaurants de
currys exquisitos y baratos.
Salimos a pedalear a primera hora del
día siguiente para comenzar los 360km hacia Tawau en la frontera con
Indonesia. Ya habíamos emprendido el camino que eventualmente
cruzaría el Ecuador y el efecto ya se hacía sentir. No importaba
cuan acostumbrados ya estuviéramos al trópico, en Borneo hace
calor, más calor, mucho calor, y antes de las 9 am ya rodábamos
completamente empapados del sudor.
Tan pronto como salimos de la ciudad,
nos encontramos con un nuevo paisaje que se repetiría una y otra vez
durante los meses que seguirían. Una ruta en perfectísima
condición, asfaltada como la seda, subiendo y bajando constantemente
atravesando, lo que a primera vista y por los primeros kilómetros,
era un paisaje muy verde, frondoso y exhuberante. Pero bajo una
segunda mirada, y con el pasar de los metros, se revelaría un
paisaje estéril, artificial y excesivamente monótono. Porque
Malasia (y en relativa menor medida Indonesia) ya hace tiempo ha
tomado una decisión: la de exterminar toda su selva hasta el último
centímetro cuadrado y reemplazarla por el monocultivo de la palma de
aceite. Uno ha escuchado en los medios sobre la deforestación de
Borneo, una de las junglas más diversas del planeta junto con el
Amazonas y el Congo, y la catástrofe que esto implicaba, pero es
imposible darse una idea de la dimensión, hasta que uno está
delante de estos monocultivos de la muerte. El paisaje ondulado y
repetitivo de miles y millones de palmas uniformentemente plantadas,
se repite como un tablero de ajedrez a los cuatro vientos, es
enfermizo, hipnotiza y en última instancia aburre. La palma en
cuestión, ni siquiera es una especie local, fue transplantada por
primera vez en el siglo XIX desde Africa, su lugar de origen. Produce
uno de los aceites de cocina más nocivos para la salud y debido a
ello, no es sorpresa que sea el más barato de todos. De todos los
tipos de aceites, la palma tiene el mayor rendimiento por superficie
de plantación. Uno de los principales mercados del mismo, está en
el primer mundo donde se lo utiliza para productos envasados entre
otras cosas. Pero también está la mejor excusa para justificar el
exterminio de los recursos naturales, la excusa de moda, su uso como
biofuel (bio-combustible
ecológico). Esta es una de las mentiras más grandes de la
humanidad, ya que se ha comprobado científicamente que los efectos
destructivos para el medio ambiente por la mera destrucción de la
selva para ganar espacio de plantación, superan de modo
inalcanzable, a los beneficios que pueden dar eventualmente el uso de
los bio-combustibles a largo plazo, pero qué le importa a Malasia?
(y a todas las multinacionales de los países ricos que usufructúan
de esto?) Lo importante es el cash y los beneficios a corto plazo
arrojados por la palma hoy, no los efectos nocivos de mañana para el
resto del planeta.
El mero hecho de rodar por este camino resultó ser una experiencia de profunda tristeza, deprimente pero también bastante peligrosa, porque el flujo de cash producto de la palma generó una gran cantidad de nuevos ricos. La necesidad de optimizar el proceso de producción del aceite trajo caminos de seda, y también trajo vehículos de lujo, batallones del vehículo por excelencia elegido por los malayos, la Toyota HILUX. Ahora, los malayos son generalmente buena gente, amigable y educada, pero cuando están al volante son lisa y llanamente unos asesinos.
El mero hecho de rodar por este camino resultó ser una experiencia de profunda tristeza, deprimente pero también bastante peligrosa, porque el flujo de cash producto de la palma generó una gran cantidad de nuevos ricos. La necesidad de optimizar el proceso de producción del aceite trajo caminos de seda, y también trajo vehículos de lujo, batallones del vehículo por excelencia elegido por los malayos, la Toyota HILUX. Ahora, los malayos son generalmente buena gente, amigable y educada, pero cuando están al volante son lisa y llanamente unos asesinos.
Las
HILUX nos pasaban una y otra vez a unas velocidades a las que no les
quiero poner número para no infartar a mis padres. Son tan
silenciosas y venían tan rápido que no se las escuchaba venir, y
desparecían delante en un abrir y cerrar de ojos. Circulábamos muy
pero muy cautelosamente, lo más lejos del centro del camino posible,
pero la realidad es que eso les daba más margen para no tener que
bajar la velocidad, y el estrés que se nos iba acumulando a lo largo
del día era tal que en algún punto creo que era mejor directamente
montarse sobre el medio del camino para que bajaran sí o sí la
velocidad, o bien malditos malayos hijos de puta, si me van a
atropellar, que se ahoguen con mi sangre. Perdonen el agravio, soy el
último en hablar mal de la gente, pero es que por momentos nos
superaba el estrés de la situación. El camino en sí tampoco
ayudaba, era un maldito cementerio de animales. Gatos, perros,
gallinas y hasta varanos de 2 metros de largo hechos puré cada pocos
kilómetros, un reguero de tripas y sangre. A esto, hay que sumarle
un calor húmedo insoportable, el paisaje monótono y muchas subidas
que nos hacían ir bien lento y teníamos un buen cóctel para pasar
días odiosos. La situación no mejoraba al caer la noche. Intentar
montar la mosquitera resultaba una tarea casi imposible. No sé si
será la época de bonanza y cash fácil lo que ha transformado a la
gente en temerosa del prójimo, pero en cada lugar que intentábamos
acampar, nos decían que no podíamos o que no estaba permitido o
cualquier otro tipo de excusas estúpidas.
Tres días y medio llevó la pesadilla de llegar a Tawau, una ciudad fronteriza prolija pero nada emocionante, con unas ratas de tamaño sideral, no recordaba haber visto ratas tan grandes desde Rangoon en 2002. En Tawau esperamos nuestra visa Indonesia y buscamos ansiosamente salir lo antes posible.
Malasia, te
recordaremos como un país de egoístas criminales de nuestro medio
ambiente, hipotecadores del futuro de nuestra especie y asesinos al
volante y no te recomendaremos a NADIE!
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