Al
entrar a esta remota región de Tanzania el alivio más grande es
sentir que vuelve la sensación de espacio. No sólo Tanzania tiene
25 veces el tamaño de Rwanda y Burundi y una densidad de población
infinitamente menor sino que aquí la gente ya no nos asfixia, todo
lo contrario, son muy relajados, respetuosos y simpáticos. Sin
embargo, el mayor de los contrastes ( y maravilloso) es que se acaba
finalmente el eterno eco que nos venía acompañando a lo largo de
los últimos tres países en donde quisiera que anduviéramos:
“mzungu, give
me money” (hombre blanco,
dame dinero) repetido una y otra y otra y otra vez al pasar con la
bicicleta.
Aventuras salvajes
Dos
días de descanso en la iglesia de Kasane, donde mi doncella de
hierro debió recuperarse de una virulenta infección bacteriana que
le dejó la cara con un sólo ojo, como si volviera de pelearse con
Mike Tyson, y salimos finalmente a la inhóspita aventura de cruzar
el oeste tanzano. Un camino que desde el comienzo ofrece aventuras, y
de eso se trata, porque de aventuras viven los aventureros. Tan
pronto como salimos del pequeño pueblo de Uvinza, damos con un río
en el que un enorme grupo de hipopótamos se encuentra en remojo. Mi
primera reacción no fue la sorpresa, sino reflexionar dos veces
antes de bañarme en los ríos de esta parte de África (cosa que ya
había hecho). Para quien creció toda su vida en una ciudad
cosmopolita, encontrarse con hipopótamos no es cosa de todos los
días, es algo mágico, para quedarse horas contemplando con la
fascinación de un niño y así, como dos niños, nos acercamos hasta
la orilla para quedarnos a tan sólo un puñado de metros de ellos,
disfrutando de imágenes que uno tan sólo ha podido ver en
documentales de la tele. Hay que estar ahí amigos, para verlos,
gozarlos, escucharlos rugir y sentir cómo tu cuerpo vibra con
semejante encuentro.
Cruzado
ya el río, un camino de polvo pintado de rojo se adentra a través de
una espesa selva verde bajo un sol ardiente. Gerard, el único
ciclista que conozco de los pocos que han pasado por aquí sin
esquivar este largo tramo tomando el ferry por el lago Tanganyka, me
había advertido que las distancias sin acceso a agua ni a comida
eran enormes y que se avanzaba muy lento. En poco tiempo
comprobaríamos la precisión de sus palabras. Pasan las horas y los
días y avanzamos completamente solos por un sendero en el que
objetivamente hablando, no hay nada para ver ni nadie con quién
hablar. Pero no tiene que haber necesariamente algo para ver, porque
es la experiencia misma de la aventura la que estimula los sentidos y
te mueve hacia adelante.
Una
vez más el invaluable sabor del medio de la nada se apodera de mí,
junto con Julia, haciendo este equipo de dos viajeros aguerridos que
pareciera que ya nada puede detenerlos. Pero es importante
desmitificar la imágen de la aventura también, no todo es lucha
contra la adversidad en los caminos difíciles, junto a la adversidad
uno puede divertirse, porque en estos extensos caminos las horas son
largas y uno necesita encontrar medios para romper la monotonía de
todos los días, matando el tiempo mitigando las asperezas. Por eso,
como aquí no hay nadie, se me ocurrió probar cuánto podía
pedalear como nunca antes lo había hecho, desnudo. Ley de Murphy llámese que de los dos vehículos que vimos en todo un día, uno fue
a pasar cuando andaba pedaleando en bolas por la selva!
Rápidamente
decido volver a mis vestimentas, pero no tanto por declarar un
fracaso mi prueba, como por no dejar que el sol abrasante me deje
completamente rosado como un langostino si me empecino en probarla
con éxito. Un fracaso hubiera resultado de todos modos, porque al
poco tiempo comprobamos que no estábamos realmente solos. Los
Sukuma, una tribu ancestral que habita el solitario noroeste de
Tanzania, aparecen en nuestro camino, y no me hubiera gustado que
pensaran que en la tribu de la que vengo andamos en bicicleta en
bolas (aunque en realidad lo mejor es dejarlos que piensen que
hacemos cosas inofensivas de este tipo y no las maldades horribles
que realmente hacemos). Para darles mi mejor ejemplo dejo la
bicicleta en el camino y me alejo caminando junto a ellos mientras
arrean a su ganado por la selva. Sonrío mientras avanzamos hasta que
el líder se detiene y me ofrece una mirada intensa, de esas que no
se olvidan.
Luego
de un rato, cuando retoman el camino, vuelvo por mi bici pero cuando
los alcanzamos quedamos atascados en el tráfico que generan con sus
bueyes. Los Sukuma, como casi todas las tribus que aún sobreviven en África, son pastores que viven de la cría de sus animales. Con
ellos, su posesión más preciada, viajan por decenas de kilómetros
todos los días para llevarlos por las pasturas y los punto de acceso
al agua.
Por
varios días avanzamos por el camino rojo de la selva, encontrándonos
cada tanto con más pastores Sukuma. No sería un camino realmente
difícil si no fuera porque no hay absolutamente nada en él, y
siendo final de la estación seca se vuelve mucho peor aún por la
falta de agua, la cual tenemos que llevar en botellas, con todo el
peso extra que eso implica. Pero son días tranquilos, si bien
largos, que andamos a gusto a pesar de todo el polvo acumulado que ya
llevamos encima; y si algo quedó claro desde el comienzo es que aún
si hubiera un río, no sería muy acertado entrar a bañarse en él.
Lo hermoso de la selva es que no importa cuánto calor haga durante
el día, al caer el sol, cuando los últimos rayos se filtran entre
los árboles, las plantas hacen su magia y liberan un frescor que
permite dormir plácidamente.
Tse Tse viene el
infierno
Finalmente
luego de varios días de selva vacía y poca fauna llegamos a Sitalike el
punto de inflexión esperado entre la aventura y la adrenalina, en
las puertas del parque nacional Katavi, el tercero más grande de
Tanzania luego del Serengueti y el cráter Ngorongoro, con una de las
densidades más altas de animales salvajes y pocas o ninguna visita
de turistas. El maestro del pueblo nos invita a acampar en el patio
de su casa y a cenar con su familia. Allí nos explica cómo evitar
el control de los guarda parques y así poder cruzarlo en bicicleta,
porque de encontrarnos con ellos, nos lo prohibirían. También nos
advierte sobre los leones, los elefantes y todas las bestias que
habitan allí, pero también nos motiva a no preocuparnos si podemos
transitar los 71 km del parque durante las horas en que no cazan. Lo
que se olvidó de mencionar es la presencia de la peor de todas las
alimañas que allí viven, la endemoniada mosca tse tse.
A
las 7 am emprendimos la partida de Sitalike siguiendo el camino indicado por
el maestro y exitosamente entramos en el parque sin encontrarnos con
los guardas. Es un camino hecho trizas de piedras, cascotes y mucho
polvo por el cual no se puede ir rápido; ahora sí, no hay nada ni
nadie más que todas las fieras que sabemos que allí habitan y con
quienes nos podemos encontrar de modo inminente en cualquier momento.
Pero para nuestra sorpresa, lo que aparece ya 10 km dentro del parque
es algo que sospecho es peor que una manada de leones hambrientos;
enjambres de miles, quizás decenas o centenas de miles de moscas tse
tse. Esta alimaña inmunda nos
sometió a una de las experiencias más miserables de nuestras vidas.
La mosca tse tse es
una mosca enorme gris que se incrusta en tu piel y te muerde como
Drácula. De mosca parece tener muy poco, porque a diferencia de la
cobarde mosca común y corriente que se ahuyenta apenas uno levanta
una mano, a la tse tse hay
que rastrillarla con las uñas de la piel para que se desprenda o
reventarlas con fuerza, varias veces consecutivas para que exploten,
sino no se van.
Así
avanzamos por los primeros 42 km del parque donde no vimos hicimos
más que sufrir miles de estas moscas, literalmente, abrochadas a
cada espacio de piel expuesto de nuestros cuerpos o mordiéndonos
impunemente toda la espalda perforando nuestras camisetas. Con una
temperatura de 35 C nos vimos en la necesidad de vestirnos
completamente por desesperación con ropa de invierno para no ser
devorados. Aún así, podía ver mis manos negras cubiertas de
moscas, filtrándose por los tobillos debajo del pantalón o bien
sentir las mordidas atravesando la mismísima ropa. Llevando una
malla de mosquitos en la cabeza, por momentos no veía delante mío
por todas las que se posaban sobre la misma. Julia por otra parte
envolvió toda su cara y cuello con su propio pelo en forma de
máscara. Las constantes mordidas obligaban a alternar el control del
manillar usando una mano para llevarlo y otra para aplastar a las que
acribillaban la mano que lo sostiene. Como si fuera poco, en medio de
este infierno, ocurre lo que nunca, pincho!!! Y nunca creo haber
reparado una pinchadura tan rápido como aquel día, tiempo récord,
mientras Julia me reventaba a cachetazos una y otra vez para matar a
las moscas que me estaban comiendo vivo mientras reparaba. Así
llegamos al corazón del parque, desesperados, al borde de la
psicosis, cuando de repente desaparecieron por arte de magia, y allí,
aparecieron los animales grandes.
Una reprimenda para
no olvidar
Al
poco tiempo de entrar en el corazón del parque, nos rodea el inmenso
bush, seco, áspero y aparentemente vacío. Es increíble pensar que
todo este espacio que nos rodea está lleno de animales de esos que
vemos en la tele devorarse entre sí. El tener presente esto en la
cabeza nos mantiene vigilantes de nuestros alrededores, no tanto por
miedo, los animales no cazan en pleno día (esperemos), sino por la
avidez de ver a estas bestias en primera persona. Todo está
silencioso hasta que cruzando un pantano escuchamos un fuerte rugido
que nos lleva a mirar inmediatamente hacia el costado. Allí, abajo
en una espesa pasta de barro, decenas de hipopótamos y cocodrilos
sufren los últimos calores de la estación seca y sospecho que
gritan llamando a las lluvias, que deberían llegar en cualquier
momento para devolverles las ganas de vivir. Una vez más, quedamos
como niños apreciando a estas bestias delante nuestro.
Lo
difícil vino más adelante, cuando avistamos una camioneta venir en
dirección contraria a toda velocidad y se detiene justo delante
nuestro. Dos guarda parques armados con ametralladoras se bajan y nos
detienen. Están enojados pero muy respetuosa y severamente nos
dicen:
- ¿Qué
están haciendo aquí uds. dos en bicicleta? No pueden estar aquí,
está prohibido!
- mmmm es que no sabíamos (mentira), sólo seguimos el camino hacia el sur, no había carteles (verdad) ni nada y pues avanzamos – respondimos con nuestras mejores caras de pollitos mojados
- ¿Pero Uds..... saben que acá, todo alrededor de nuestro a pocos metros, está lleno de leones, elefantes y búfalos? - Señala con su Walkie Talkie hacia todos los lados
- Bueno
sí, lo suponíamos, pero es pleno día, no atacan ahora, ¿no?
- Le respondo
- No importa eso, cuando vos tenés un león en frente, vos no decidís si vivir o no – me dice mirándome fijamente.
- Pero
es mediodía, ahora duermen, no comen, ¿no?
- e insisto cortesmente -¿Cuántas personas han muerto comidas por
leones o aplastadas por elefantes aquí?
- Mmm......bueno, no, ninguna – se incomoda
- Ahhhhh ¿viste? No es tan peligroso entonces! - Y le suelto una sonrisa
- mmm bueno.... mmm no estee.... - Le robé una sonrisa enorme que lo avergüenza, pero se recompone y dice - Es peligroso! hay muchos animales salvajes y nunca sabes, son impredecibles
Pasamos
20 minutos esperando las órdenes por radio de los jefes, charlamos
de la vida, de nuestro viajes, de sus experiencias con los animales,
nos hicimos todos amigos y uno de ellos nos dice en un momento de
silencio: -¿Han visto una jirafa alguna vez? - No – Respondemos –
Pues miren atrás. Y allí estaba, una jirafa esbelta como una torre,
cruzaba a paso lento el camino mientras la pequeña Julia y el
pequeño Nico se hacen pis de la alegría y los guardas se ablandan ante
nuestra imagen.
Las
órdenes llegan finalmente, nos preguntan cuánto tardaremos en
completar los últimos 28 km hasta salir del parque y a nuestra
respuesta nos autorizan a continuar, pero lo más rápido posible,
sin detenernos y pasando antes de las 16 hs, hora en que las manadas
de elefantes cruzan el camino para llegar al río, su encuentro puede
ser letal. Dicho y hecho obedecimos con la misma diligencia de dos
niños reprendidos por sus maestros, nos montamos en la bici y
disparamos hacia la salida, pero nos dio hambre y paramos a comer en
el medio del camino.
El
problema con pasar por experiencias como estas es que después de
ellas todo aburre, como casi todo el resto del camino después de
Sumbawamba. No sólo aburre, porque no hubo nada para ver y el camino
ya no era nada bonito, sino que en los últimos 100 km de asfalto
desde la frontera de Zambia hasta Mbeya experimentamos miedo de
verdad. Todos en África nos preguntan si estando en bicicleta no
tememos a los animales salvajes. Luego de estos 100 km contesto que
en África (Tanzania en este caso), los verdaderos animales salvajes
son los tanzanos cuando se sientan detrás de un volante, y no cambio
a una sabana llena de leones hambrientos, por cualquier ruta
asfaltada en este país donde lo que se celebra es el asesinato sobre
ruedas. Es espantoso, 100 km con miedo a morir, así de simple,
llegué a Mbeya con el cuello contracturado del terror.
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