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Redefiniendo el safari


Cuando pensamos en Tanzania, lo primero que nos viene a la cabeza son las imágenes poéticas de los animales salvajes deambulando por la inmensa sabana del Serengueti durante las migraciones anuales, la cima nevada del siempre omnipresente monte Kilimanjaro y las idílicas playas de Zanzibar, sus sitios turísticos por excelencia ubicados al este del país. Sin embargo, raramente hemos escuchado historias provenientes del oeste tanzano, donde los estrechos sin población se extienden por centenas de kilómetros, y quienes habitan la selva, el bush y las costas vírgenes del lago Tanganyka son los animales salvajes y la gente de las tribus alejados de todo contacto con el turismo en masa. No importa cuán bonitas sean las imágenes del este, tan conocidas por haber sido fotografiadas hasta las nauseas, es este estrecho de 1000 km inhóspitos y salvajes que se extiende desde la frontera de Burundi hasta la de Malawi, el que más me cautiva y por allí fuimos.


Al entrar a esta remota región de Tanzania el alivio más grande es sentir que vuelve la sensación de espacio. No sólo Tanzania tiene 25 veces el tamaño de Rwanda y Burundi y una densidad de población infinitamente menor sino que aquí la gente ya no nos asfixia, todo lo contrario, son muy relajados, respetuosos y simpáticos. Sin embargo, el mayor de los contrastes ( y maravilloso) es que se acaba finalmente el eterno eco que nos venía acompañando a lo largo de los últimos tres países en donde quisiera que anduviéramos: “mzungu, give me money” (hombre blanco, dame dinero) repetido una y otra y otra y otra vez al pasar con la bicicleta.

Aventuras salvajes

Dos días de descanso en la iglesia de Kasane, donde mi doncella de hierro debió recuperarse de una virulenta infección bacteriana que le dejó la cara con un sólo ojo, como si volviera de pelearse con Mike Tyson, y salimos finalmente a la inhóspita aventura de cruzar el oeste tanzano. Un camino que desde el comienzo ofrece aventuras, y de eso se trata, porque de aventuras viven los aventureros. Tan pronto como salimos del pequeño pueblo de Uvinza, damos con un río en el que un enorme grupo de hipopótamos se encuentra en remojo. Mi primera reacción no fue la sorpresa, sino reflexionar dos veces antes de bañarme en los ríos de esta parte de África (cosa que ya había hecho). Para quien creció toda su vida en una ciudad cosmopolita, encontrarse con hipopótamos no es cosa de todos los días, es algo mágico, para quedarse horas contemplando con la fascinación de un niño y así, como dos niños, nos acercamos hasta la orilla para quedarnos a tan sólo un puñado de metros de ellos, disfrutando de imágenes que uno tan sólo ha podido ver en documentales de la tele. Hay que estar ahí amigos, para verlos, gozarlos, escucharlos rugir y sentir cómo tu cuerpo vibra con semejante encuentro.



Cruzado ya el río, un camino de polvo pintado de rojo se adentra a través de una espesa selva verde bajo un sol ardiente. Gerard, el único ciclista que conozco de los pocos que han pasado por aquí sin esquivar este largo tramo tomando el ferry por el lago Tanganyka, me había advertido que las distancias sin acceso a agua ni a comida eran enormes y que se avanzaba muy lento. En poco tiempo comprobaríamos la precisión de sus palabras. Pasan las horas y los días y avanzamos completamente solos por un sendero en el que objetivamente hablando, no hay nada para ver ni nadie con quién hablar. Pero no tiene que haber necesariamente algo para ver, porque es la experiencia misma de la aventura la que estimula los sentidos y te mueve hacia adelante.



Una vez más el invaluable sabor del medio de la nada se apodera de mí, junto con Julia, haciendo este equipo de dos viajeros aguerridos que pareciera que ya nada puede detenerlos. Pero es importante desmitificar la imágen de la aventura también, no todo es lucha contra la adversidad en los caminos difíciles, junto a la adversidad uno puede divertirse, porque en estos extensos caminos las horas son largas y uno necesita encontrar medios para romper la monotonía de todos los días, matando el tiempo mitigando las asperezas. Por eso, como aquí no hay nadie, se me ocurrió probar cuánto podía pedalear como nunca antes lo había hecho, desnudo. Ley de Murphy llámese que de los dos vehículos que vimos en todo un día, uno fue a pasar cuando andaba pedaleando en bolas por la selva!



Rápidamente decido volver a mis vestimentas, pero no tanto por declarar un fracaso mi prueba, como por no dejar que el sol abrasante me deje completamente rosado como un langostino si me empecino en probarla con éxito. Un fracaso hubiera resultado de todos modos, porque al poco tiempo comprobamos que no estábamos realmente solos. Los Sukuma, una tribu ancestral que habita el solitario noroeste de Tanzania, aparecen en nuestro camino, y no me hubiera gustado que pensaran que en la tribu de la que vengo andamos en bicicleta en bolas (aunque en realidad lo mejor es dejarlos que piensen que hacemos cosas inofensivas de este tipo y no las maldades horribles que realmente hacemos). Para darles mi mejor ejemplo dejo la bicicleta en el camino y me alejo caminando junto a ellos mientras arrean a su ganado por la selva. Sonrío mientras avanzamos hasta que el líder se detiene y me ofrece una mirada intensa, de esas que no se olvidan.



Luego de un rato, cuando retoman el camino, vuelvo por mi bici pero cuando los alcanzamos quedamos atascados en el tráfico que generan con sus bueyes. Los Sukuma, como casi todas las tribus que aún sobreviven en África, son pastores que viven de la cría de sus animales. Con ellos, su posesión más preciada, viajan por decenas de kilómetros todos los días para llevarlos por las pasturas y los punto de acceso al agua.


Por varios días avanzamos por el camino rojo de la selva, encontrándonos cada tanto con más pastores Sukuma. No sería un camino realmente difícil si no fuera porque no hay absolutamente nada en él, y siendo final de la estación seca se vuelve mucho peor aún por la falta de agua, la cual tenemos que llevar en botellas, con todo el peso extra que eso implica. Pero son días tranquilos, si bien largos, que andamos a gusto a pesar de todo el polvo acumulado que ya llevamos encima; y si algo quedó claro desde el comienzo es que aún si hubiera un río, no sería muy acertado entrar a bañarse en él. Lo hermoso de la selva es que no importa cuánto calor haga durante el día, al caer el sol, cuando los últimos rayos se filtran entre los árboles, las plantas hacen su magia y liberan un frescor que permite dormir plácidamente.



Tse Tse viene el infierno

Finalmente luego de varios días de selva vacía y poca fauna llegamos a Sitalike el punto de inflexión esperado entre la aventura y la adrenalina, en las puertas del parque nacional Katavi, el tercero más grande de Tanzania luego del Serengueti y el cráter Ngorongoro, con una de las densidades más altas de animales salvajes y pocas o ninguna visita de turistas. El maestro del pueblo nos invita a acampar en el patio de su casa y a cenar con su familia. Allí nos explica cómo evitar el control de los guarda parques y así poder cruzarlo en bicicleta, porque de encontrarnos con ellos, nos lo prohibirían. También nos advierte sobre los leones, los elefantes y todas las bestias que habitan allí, pero también nos motiva a no preocuparnos si podemos transitar los 71 km del parque durante las horas en que no cazan. Lo que se olvidó de mencionar es la presencia de la peor de todas las alimañas que allí viven, la endemoniada mosca tse tse.


A las 7 am emprendimos la partida de Sitalike siguiendo el camino indicado por el maestro y exitosamente entramos en el parque sin encontrarnos con los guardas. Es un camino hecho trizas de piedras, cascotes y mucho polvo por el cual no se puede ir rápido; ahora sí, no hay nada ni nadie más que todas las fieras que sabemos que allí habitan y con quienes nos podemos encontrar de modo inminente en cualquier momento. Pero para nuestra sorpresa, lo que aparece ya 10 km dentro del parque es algo que sospecho es peor que una manada de leones hambrientos; enjambres de miles, quizás decenas o centenas de miles de moscas tse tse. Esta alimaña inmunda nos sometió a una de las experiencias más miserables de nuestras vidas. La mosca tse tse es una mosca enorme gris que se incrusta en tu piel y te muerde como Drácula. De mosca parece tener muy poco, porque a diferencia de la cobarde mosca común y corriente que se ahuyenta apenas uno levanta una mano, a la tse tse hay que rastrillarla con las uñas de la piel para que se desprenda o reventarlas con fuerza, varias veces consecutivas para que exploten, sino no se van.

Así avanzamos por los primeros 42 km del parque donde no vimos hicimos más que sufrir miles de estas moscas, literalmente, abrochadas a cada espacio de piel expuesto de nuestros cuerpos o mordiéndonos impunemente toda la espalda perforando nuestras camisetas. Con una temperatura de 35 C nos vimos en la necesidad de vestirnos completamente por desesperación con ropa de invierno para no ser devorados. Aún así, podía ver mis manos negras cubiertas de moscas, filtrándose por los tobillos debajo del pantalón o bien sentir las mordidas atravesando la mismísima ropa. Llevando una malla de mosquitos en la cabeza, por momentos no veía delante mío por todas las que se posaban sobre la misma. Julia por otra parte envolvió toda su cara y cuello con su propio pelo en forma de máscara. Las constantes mordidas obligaban a alternar el control del manillar usando una mano para llevarlo y otra para aplastar a las que acribillaban la mano que lo sostiene. Como si fuera poco, en medio de este infierno, ocurre lo que nunca, pincho!!! Y nunca creo haber reparado una pinchadura tan rápido como aquel día, tiempo récord, mientras Julia me reventaba a cachetazos una y otra vez para matar a las moscas que me estaban comiendo vivo mientras reparaba. Así llegamos al corazón del parque, desesperados, al borde de la psicosis, cuando de repente desaparecieron por arte de magia, y allí, aparecieron los animales grandes.

Una reprimenda para no olvidar

Al poco tiempo de entrar en el corazón del parque, nos rodea el inmenso bush, seco, áspero y aparentemente vacío. Es increíble pensar que todo este espacio que nos rodea está lleno de animales de esos que vemos en la tele devorarse entre sí. El tener presente esto en la cabeza nos mantiene vigilantes de nuestros alrededores, no tanto por miedo, los animales no cazan en pleno día (esperemos), sino por la avidez de ver a estas bestias en primera persona. Todo está silencioso hasta que cruzando un pantano escuchamos un fuerte rugido que nos lleva a mirar inmediatamente hacia el costado. Allí, abajo en una espesa pasta de barro, decenas de hipopótamos y cocodrilos sufren los últimos calores de la estación seca y sospecho que gritan llamando a las lluvias, que deberían llegar en cualquier momento para devolverles las ganas de vivir. Una vez más, quedamos como niños apreciando a estas bestias delante nuestro.




Lo difícil vino más adelante, cuando avistamos una camioneta venir en dirección contraria a toda velocidad y se detiene justo delante nuestro. Dos guarda parques armados con ametralladoras se bajan y nos detienen. Están enojados pero muy respetuosa y severamente nos dicen:

  • ¿Qué están haciendo aquí uds. dos en bicicleta? No pueden estar aquí, está prohibido!
  • mmmm es que no sabíamos (mentira), sólo seguimos el camino hacia el sur, no había carteles (verdad) ni nada y pues avanzamos – respondimos con nuestras mejores caras de pollitos mojados
  • ¿Pero Uds..... saben que acá, todo alrededor de nuestro a pocos metros, está lleno de leones, elefantes y búfalos? - Señala con su Walkie Talkie hacia todos los lados
  • Bueno sí, lo suponíamos, pero es pleno día, no atacan ahora, ¿no? - Le respondo
  • No importa eso, cuando vos tenés un león en frente, vos no decidís si vivir o no – me dice mirándome fijamente.
  • Pero es mediodía, ahora duermen, no comen, ¿no? - e insisto cortesmente -¿Cuántas personas han muerto comidas por leones o aplastadas por elefantes aquí?
  • Mmm......bueno, no, ninguna – se incomoda
  • Ahhhhh ¿viste? No es tan peligroso entonces! - Y le suelto una sonrisa
  • mmm bueno.... mmm no estee.... - Le robé una sonrisa enorme que lo avergüenza, pero se recompone y dice - Es peligroso! hay muchos animales salvajes y nunca sabes, son impredecibles

Pasamos 20 minutos esperando las órdenes por radio de los jefes, charlamos de la vida, de nuestro viajes, de sus experiencias con los animales, nos hicimos todos amigos y uno de ellos nos dice en un momento de silencio: -¿Han visto una jirafa alguna vez? - No – Respondemos – Pues miren atrás. Y allí estaba, una jirafa esbelta como una torre, cruzaba a paso lento el camino mientras la pequeña Julia y el pequeño Nico se hacen pis de la alegría y los guardas se ablandan ante nuestra imagen.


Las órdenes llegan finalmente, nos preguntan cuánto tardaremos en completar los últimos 28 km hasta salir del parque y a nuestra respuesta nos autorizan a continuar, pero lo más rápido posible, sin detenernos y pasando antes de las 16 hs, hora en que las manadas de elefantes cruzan el camino para llegar al río, su encuentro puede ser letal. Dicho y hecho obedecimos con la misma diligencia de dos niños reprendidos por sus maestros, nos montamos en la bici y disparamos hacia la salida, pero nos dio hambre y paramos a comer en el medio del camino.


Niños necios y desobedientes pasamos como 40 minutos en el bush esperando ver más animales mientras almorzábamos. No vimos más, pero al poco tiempo de retomar comenzamos a pedalear pisando huellas frescas de leones. Ahora sí, es mejor irnos de aquí, que el camino está muy lento y al atardecer es mejor no encontrarnos con los gatos. Sanos y salvos completamos los 71 km ilegales del parque en bicicleta, antes de las 17 hs, y al ver nuevamente civilización sentimos alivio y alegría. El costo de un safari decente, hoy en día cuesta unos 300 dólares por persona por día, a nosotros nos costó 0 (cero) dólares por persona, por día. De allí en adelante volvimos a las acampadas monumentales en pleno bush, donde a la noche pasan mi programa favorito en la tele: miles de millones de estrellas



Los días siguen siendo duros luego del parque, con tramos largos sin gente y considerable viento en contra. Para hacerlo más difícil, las aldeas son tan pobres que todo lo que hay para comer es ugali (el masacote de harina de maíz con agua) y porotos sin gusto. Por lo general, monótono y repetitivo no es un problema para mí cuando se trata de comida, pero aquí verdaderamente lo he sufrido un poco. Sólo los momentos del atardecer y las noches compensaban ya la monotonía del camino y la comida. Llegar al final del día y encontrarse en el bush con más Sukuma, sigue siendo una experiencia maravillosa, sobre todo cuando algunos pasean su ganado tocando la flauta mientras los animales pastan, llenando todo el espacio de pura magia con imágenes y sonidos que jamás se borrarán de mi mente.


El problema con pasar por experiencias como estas es que después de ellas todo aburre, como casi todo el resto del camino después de Sumbawamba. No sólo aburre, porque no hubo nada para ver y el camino ya no era nada bonito, sino que en los últimos 100 km de asfalto desde la frontera de Zambia hasta Mbeya experimentamos miedo de verdad. Todos en África nos preguntan si estando en bicicleta no tememos a los animales salvajes. Luego de estos 100 km contesto que en África (Tanzania en este caso), los verdaderos animales salvajes son los tanzanos cuando se sientan detrás de un volante, y no cambio a una sabana llena de leones hambrientos, por cualquier ruta asfaltada en este país donde lo que se celebra es el asesinato sobre ruedas. Es espantoso, 100 km con miedo a morir, así de simple, llegué a Mbeya con el cuello contracturado del terror.



35 días desde que habíamos salido de Kampala con tan sólo 3 días de descanso, llegamos a Mbeya luego de haber cruzado, selva, sabana, plantaciones de té, trepado más montañas de lo que es posible recordar, lagos tan idílicos como salvajes, convivido con tribus, enfrentado a las fieras y mucho más. En ese momento, la plenitud fue tal que sentí que Julia y yo eramos indestructibles. En Mbeya nos esperaba Josefina, una de sus hermanas, para unirse por un tiempo a nuestra travesía. Si tan sólo hubiera podido prever los efectos personales inesperados que esto iba a tener sobre mí, pues habría preferido quedarme a dormir una semana en el Katavi para nunca llegar a Mbeya.

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