Cuando los problemas no son problemas
Salimos de Erdenet con las bicicletas muy pesadas con las alforjas cargadas de provisiones. Debíamos estar preparados para pasar varios días sin saber dónde ni cuándo podríamos volver a abastecernos, porque claro está que habíamos elegido seguir los caminos remotos en vez de la vía principal de acceso al famoso lago Hövsgöl. Si bien todos los caminos de Mongolia son remotos por naturaleza, los caminos fuera de las pocas arterias principales del país, son seriamente remotos. Son grandes extensiones de belleza natural ininterrumpidas por el tráfico, por las poblaciones grandes y por los ruidos que ellos traen consigo. Es un continuo de paz y tranquilidad, de belleza silenciosa.
Cuando los problemas son problemas
Varias veces había escuchado hablar sobre la voracidad de los mosquitos del bosque en lugares como Alaska, Finlandia, Canadá y Siberia, pero no podía entender cómo en lugares tan fríos podría haber mosquitos. La estepa fue el momento donde comprobé por mí mismo que esta maldición es real. Los mosquitos fueron un problema desde el comienzo, pero se hicieron particularmente insoportables en la alta estepa cuanto más dentro del bosque nos encontrábamos. Una hora antes de caer el sol comenzaba la desgracia cuando al pasar con la bicicleta, nubes enteras surgían del pasto alrededor. Por momentos eran tantos que era enloquecedor. Con una mano controlaba la bicicleta mientras usaba la otra para sacármelos de la cara. El momento de acampar era la hora pico. Escuadrones de jeringas voladoras arrojándose como kamikazes a cualquier espacio de piel descubierta. No sólo era la cantidad sino que el tamaño de los mosquitos mongoles parece ser directamente proporcional al tamaño de los mongoles: gigantes. Si bien de a ratos resultaba una experiencia desquiciante, lo cierto es que contábamos con un factor a favor. Al caer el sol, el clima ya era lo suficientemente frío como para estar cómodos cubiertos de pies a cabeza. Con un poco de repelente en las manos y acostumbrándose a sacárselos de la cara, se podía sobrevivir bien a este calvario que duraba unas tres horas. Al caer la noche, como por arte de magia, desaparecían completamente.
Durante el resto del día, el problema son unas pequeñas moscas que se paran por todo el cuerpo, a veces sobre la ropa, pero otras, hay tantas orbitando la cabeza y especialmente delante de los ojos que hasta nublan la vista. Nos hemos hasta caído de la bicicleta por tratar infructuosamente de sacárnoslas de encima. Son un flagelo sin solución que acompaña durante todo el día, especialmente al bordear los caminos fangosos a orilla de los ríos.
Ya habían pasado 10 días desde que nos habíamos adentrado en la odisea de la alta estepa y la llegada al Hövsgöl se volvió eterna. Comenzábamos a estar verdaderamente cansados. Cada río a cruzar dejó de ser algo divertido para volverse una pesadilla, un obstáculo tras otro que no quedaba otra que sortear una y otra vez mal que nos pesara. A los 1700 m, ya en la primera semana de septiembre teníamos -5C durante las noches y de no haber sol durante el día, hacía mucho frío también. Cruzar los ríos resultaba ya una experiencia dolorosa.
Fascinante de verdad! cuanta belleza! que aventura! Ahora entiendo mejor cuando hablas de la poca aventura que encontras en Japón, bueno espero que les este yendo bien! saludos!
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