Dos de los viajeros en bicicleta más
fuertes que conozco, Salva y Adam, ambos amigos míos, se encontraron
en Sulawesi en el año 2009 y juntos hicieron una travesía que ambos
calificaron como inolvidable, tanto por su increíble belleza como
por lo extrema. Cuando lo consulté a Adam sobre la posibilidad de
hacer esta ruta, me dijo: “La ruta por Kalimantán (que el me había
recomendado) es efectivamente dura, pero la de Sulawesi por la jungla
es extrema”. Una cosa es que esto me lo dijera alguien que no
conocía, pero otra, que me lo diga gente que también ha pasado las
mil y una por el mundo en bicicleta, en este caso sí era para
tomárselo en serio. Antes de que llegara el momento, no pasaba un
sólo día que no pensara en si sería posible para nosotros
atravesar este aparentemente fabuloso camino, me quitaba el sueño.
Desde ya que yo no temía tanto por mí, no sería mi primera ni
última travesía extrema, pero no estaba seguro aún si Julia
estaría ya lista para enfrentar un camino extremo. Sin embargo,
Julia y yo nos parecemos mucho en algo; en que aún cuando no sabemos
si podremos lograr algo, nos metemos en ello igual para probarnos,
aún si eso significa estar puteando todo el camino, porque de lo
contrario, la sed de aventura y la necesidad de empujar nuestros
límites no nos permitiría seguir viviendo tranquilos si al menos no
lo hubiéramos intentado. Sería convivir con un escozor insoportable
con el que deberíamos cargar por el resto de nuestros días, y
creanmé que molesta, uno no se lo puede sacar de la cabeza. El
camino estaba ahí, era cuestión de animarse o no, al fin y al cabo,
eran tan sólo 120km más o menos. Finalmente, por decisión unánime,
la respuesta fue que sí, y mierda que valió la pena!
Los dos primeros días
Luego
de pasar nuestra última noche en la costa oeste del lago, nos
quedaban tan sólo 30km para alcanzar el desvío a Gimpu por la
selva. No sabíamos muy bien qué esperar ni cuán duro sería, pero
sí sabíamos que, como si no hubiera sido suficiente con lo que ya
me habían contado, contábamos con una dificultad extra con la que
ni Salva ni Adam habían contado, nosotros emprendíamos esta
travesía en temporada de lluvias y eso empeoraba mucho, tanto las
condiciones para nosotros, como la mísmisima posibilidad de siquiera
poder completar el recorrido. Es importante saber que una vez
emprendido el camino, no había otra alternativa para llegar a Palu,
la única sería retroceder, pero teniendo en cuenta lo que costaría
cada metro avanzado, la idea de retroceder sería impensable. Nada
podría volverse más cierto!
Alcanzamos el
desvío en el extremo noroeste del lago poco antes del mediodía y
desde ese mismísimo momento en adelante, comenzó la odisea. El
camino asfaltado desapareció completamente y se volvió un mar de
cascotes, barro, zanjas y cráteres, con unas pendientes brutales,
pendientes que jamás antes había pedaleado y que nos elevaban
violentamente con cada metro. En los tramos rectos, podía sufrir
cada uno de los kilos que llevaba, 75kg (con agua y comida), pisando
el pedal usando toda la fuerza que los músculos me podían dar,
pero la bicicleta es ante todo un ejercicio aeróbico, no de fuerza,
y usar la fuerza duele, agota, desarma, asfixia rápido. Apenas
podíamos movernos a unos miserables 3.3 km/h y encima había que
hacer una fuerza increíble con los brazos para mantener el manillar
derecho y no caerse entre las piedras. El cuerpo desprendía sudor
enloquecidamente y cada pocos metros debíamos parar para recuperar el
aliento.
En las curvas, la
pendiente y las piedras sueltas se volvían literalmente
impedaleables, había que bajarse y empujar, pero el peso de la
bicicleta y las piedras hacían que con el empuje hacia adelante, los
pies se hundieran, y rodaran hacia abajo perdiendo el equilibrio y
arrastrándonos varios metros atrás. Luego de horas de subida, las
vistas que alcanzábamos del lago eran cada vez más impresionantes,
pero por momentos, nuestro humor y estado físico estaban seriamente
afectados. Yo ni siquiera quería detenerme a sacar mi cámara de 2kg
de su bolso para tomar fotos, aún si lo hubiera querido, el esfuerzo
necesario para sostener la bicicleta en pie, sería tal que ya me
desmotivaba completamente. En todo este tramo, hice sólo fotos
tomadas desde mi Ipod o desde mi GoPro.
Nos llevó el resto
de aquél día y toda la mañana siguiente alcanzar el paso de 1800
mts. Un ascenso de 1200 metros en tan sólo 18km que nos llevó un
total de aproximadamente 8 horas completar. Luego de alcanzar la
parte más alta, vino un brutal sube y baja de barriales donde las
ruedas se pegaban al piso como si se estuvieran derritiendo. Empujar,
desenterrarlas, despegar el barro para que puedan seguir rodando,
levantarse al caerse, resultaba un esfuerzo inconmensurable, pero para
ser honesto, lo tomábamos ya con tranquilidad y hasta buen humor y
nos divertíamos mucho haciéndolo.
El paisaje
alrededor era simplemente alucinante, selva profunda. Esta primera
parte del camino nos conducía al valle de Bada, y debido a ello, nos
encontramos con 2 o 3 camiones y camionetas en todo el camino. Al
encontrarlos, atascados completamente en el barro, era muy simple
darse cuenta de que no importaba cuán duro fuera en bicicleta, lo que
nos tocaba era mucho más facil que a estos pobres conductores.
Verlos hundidos en zanjas de barro de 2 a 3 metros de profundidad,
era espeluznante. Estos valientes conductores nos habían pasado a
primeras horas de la mañana entre las rocas, viéndonos sudar
nuestras vidas y compadeciéndose de nosotros, para luego, horas más
tarde, nosotros haberlos alcanzado en el sitio del complicadísimo
estancamiento en el que se encontraban y compadecernos nosotros de
ellos.
Como si todo esto
no hubiera sido suficiente, comenzó el gravísimo y largo descenso
al Bada y digo gravísimo porque la pendiente era igual de brutal que
la que nos había tocado en la subida, y se volvió altamente
peligrosa. Llevando la bicicleta con las manos clavando los frenos a
fondo, con tanta fuerza que hacía doler los tendones, la pendiente
era tal que la bici se iba de cola deslizándose entre las piedras
sueltas, y por momentos se ponía casi de costado hacia el vacío, no
quedaba otra que dejarse llevar con los frenos enterrados en las
llantas, profundamente concentrados para no perder el equilibro, porque
de caer, significaba irse de boca entre las piedras y rodar y rodar
lastimándose todo hasta quién sabe donde. Por momentos intentaba
ayudarme bajando los pies, pero era inútil, se deslizaban entre las
piedras como en una pista de patinaje sobre hielo.
El
estrés de estas pendientes era muy alto, pero luego de un par de
horas las pudimos sortear y el camino se volvió relativamente más
ameno, tanto en calidad como en pendientes, incluso hubo uno que otro
fragmento de algunos metros con asfalto decente. Seguimos bajando por
varias horas y al final del segundo día, teníamos delante nuestro
el espectacular valle de Bada, aislado, difícilísimo de acceder, un
reducto de muy poca gente que vive de la agricultura. El valle tiene
dos desas muy
pequeños, Bomba y Gintu, están rodeados de espectaculares montañas
y tienen grandes extensiones de arrozales tan prolijos, que parecen
que todo el suelo hubiera sido perfectamente alfombrado de verde. La
gente es sumamente tranquila, sonriente, viven en su propio paraíso,
las calles están milagrosamente asfaltadas, las casas prolijamente
pintadas, tienen su propia iglesia y su escuela. Los niños corren y
juegan por las calles y son los únicos que con su infantil
impertinencia rompen el silencio de este oasis. Terminamos nuestra
primera etapa felices con éxito, pero era tan sólo el comienzo,
porque allí en Bada, terminaba el camino. Ahora sólo había una
forma de llegar a Gimpu, atravesando el corazón de la selva. La mera
idea de siquiera imaginar volver para atrás por ese camino daba
escalofríos, no era una opción, ahora debíamos seguir hasta el
final, sí o sí.
Los dos últimos días
Los habitantes de
Gintu nos miraban extrañados cuando a la mañana les pedíamos
indicaciones para encontrar el camino a Gimpu. Seguramente pensaban
que estábamos totalmente locos pero aún así nos decían -“es por
allí”, pero “allí” no se veía nada más que selva espesa.
Pero antes de embarcarnos en camino a Gimpu, tomamos un pequeño
desvío para encontrar a una reliquia arqueológica prehistórica,
una de las tantas que hay desparramadas por todo el valle de Bada y
alrededores. A este lo llaman Palindo y perdimos al menos una hora y
media buscándolo ya que están fuera de los caminos y escondidos.
Finalmente lo encontramos, una piedra con forma de pene saliendo de
la tierra, ojitos, nariz y boca tallados, tendrá unos 3 metros de
alto y está agarrándose el falo y los testículos. Interesante,
pero bastante bobo. Estábamos allí para otra cosa.
Luego de algunas
vueltas preguntando a los campensinos, encontramos lo que sería el
“camino” a Gimpu, un sendero de barro diabólico de entre 20 y
40cm de ancho, por momentos devorado por la jungla. Adentrarse en
este sendero se volvió una experiencia, que del sólo hecho de
recordarla al estar escribiendo esto, me pone la piel de gallina.
Habíamos cruzado la selva en Kalimantán y había sido ciertamente
impresionante, pero de algún modo, las dimensiones del camino
establecían cierta distancia entre nosotros transitando y la selva a
nuestro lado. Este sendero había disuelto los límites y las
distancias, era tan estrecho que los matorrales, plantas salvajes y
ramas rasguñaban nuestras piernas y brazos al rodar. Los árboles trepaban
hacia el cielo, 30, 40 metros, conformando un maravilloso techo que
nos resguardaba del brutal sol del trópico y nos envolvía en un
espacio bastante más fresco aunque profundamente húmedo,
aromatizado por la tierra mojada.
La selva nos había
tragado ahora, y nosotros debíamos encontrar la salida.
Eventualmente, alguna que otra moto de las aldeas se aventura en este
camino, pero son contadas con los dedos de media mano. Estábamos
totalmente solos, los sonidos de la jungla con sus quien sabe
cuantos millones de bichos e insectos, invadían nuestros sentidos endulzando nuestro andar. Avanzábamos con gran dificultad pero con
la fascinación y el deslumbramiento de dos niños en un mundo de
fantasías inimaginables, sintiendo el elixir de la adrenalina
brotando de las vísceras. De a ratos el sendero subía y bajaba
suavemente y era un placer rodar por él, pero al llegar las subidas
debíamos empujar a duras penas, resbalándonos en el barro por un
espacio, en el que sólo la bicicleta cabía en el sendero, y uno debía
resbuscarse para encontrar un lugar en el cual encontrar piso firme
para poder hacer presión entre las plantas, tratando de no caer por
los empinados barrancos, espesos en ramas, arbustos, enredaderas,
lianas. Debíamos constantemente sortear los gruesos troncos de
árboles caídos sobre el sendero, filtrando la bici y uno mismo
entre el mínimo espacio que quedaba libre. No había pasado siquiera
una hora desde que habíamos salido de la última aldea, Tuare y la
selva ya había comenzado a trazar sus recuerdos en nuestras piernas
y brazos, que empezaron finamente a rasguñarse, cortarse, abrirse.
Con el pasar de
las horas y los miserables kilómetros que podíamos avanzar, el
agotamiento de cada músculo, el alejamiento de la civilización,
estar en un espacio abrumador tan salvaje, de absoluta soledad, tanto
de extrema belleza como de extrema dureza, comenzaron a sentirse. Los
cantos de los pájaros, el constante resonar de las chicharras, las
mariposas gigantes revoloteando, las más grandes que vi en mi vida,
del tamaño de mis manos, la infinidad de especies de plantas y
árboles, estábamos rodeados de un escenario tan indómito como
sublime. Un paso en falso empujando entre las plantas por el lugar
incorrecto y alguna alimaña de ponzoñas impredecibles podía
terminar enroscada en la cara de uno.
Pero a lo largo de
todo el día, no podíamos imaginar lo que vendría durante las
primeras horas de la tarde cuando el cielo se tiñió de negro, la
luz en la selva “se apagó” y unos truenos que causaban estupor,
hacían tronar el pecho. Se largó a llover de una manera que de a ratos
sólo podía comparar a estar parado debajo de una catarata, el
sendero devino en un barrial donde nos empantanábamos perdiendo todo
control de la bicicleta, al rato el agua comenzó a fluir por el
mismo como un río descontrolado. En las cuestas empujábamos con el
pecho incrustado en el manillar y aún así la presión nos enterraba
en el barro hasta media pierna.
Llovió y llovió
con violencia por una, dos, tres horas, se venía la noche, no había
ni medio centímetro cuadrado para acampar y aún nos faltan
bastantes kilómetros para llegar a la aldea de Moa, y ahí, a eso de
las 6 de la tarde cuando no paraba de llover torrencialmente, ya era
casi de noche, no se veía nada, estábamos íntegramente empapados y
el furioso río Palu rugía decenas de metros más abajo al final del
barranco, avistamos una choza sobre la orilla, que seguramente servía a
algunos leñadores de Moa. En ese momento creo que creí en los
milagros, descendimos por el barranco resbalándonos, estaba vacía y
nos refugiamos allí. Al caer la noche, todo el entorno se volvió
negro absoluto, no se veía absolutamente nada. Encendimos una
fogata, cocinamos, la lluvia había aminorado y se escuchaba el ruido
del agua del río y de la lluvia filtrar entre las plantas y los
surcos formados en el barro. Allí, luego de haber pedaleado y
empujado 25km en unas 9 horas, colapsamos sobre una cama hecha de
varillas de bambú.
El día siguiente
trajo sol radiante. Quedaban unos 27km para llegar a Gimpu y dada la
experiencia del día anterior debíamos salir bien temprano. Al poco
tiempo de salir de la choza llegamos a la remota aldea de Moa,
perdida en el medio de la selva, con sus pocas casitas y sus apenas
90 habitantes. Está rodeada de plantaciones de cacao que la gente
local seca en las puertas de sus casas y luego escrudiña uno por
uno.
De no ver algunas
personas aquí y allá, Moa daba más bien la sensación de ser un
pueblo fantasma, muy silencioso. Incluso la gente, parecía bastante
introvertida. Al vernos, se mantenía mayormente en silencio, sin
sobresaltos, nos miraban como a dos aliens y los niños nos
observaban tímidamente susurrándose cosas al oído. Era difícil
comunicarnos ya que tienen su propio dialecto y hablan poco o nada de
Indonesio
A tan sólo diez
metros saliendo de la aldea, nos volvía a tragar la selva entre su
vegetación salvaje. Para mi feliz sorpresa tuve compañía el primer
par de kilómetros. Los niñitos de Moa venían detrás mío
ayudándome a empujar la bici, no hacían ruido ni gritaban como casi
siempre ocurre con los niños, sonreían en silencio y me
acompañaban. Parecía mentira, pero cualquier empujoncito ayudaba
mucho.
El sendero siguió
bien profundo dentro de la selva pero hacía más calor que el día
anterior, el ambiente estaba más denso, más húmedo. Por momentos
el sendero se volvía un arroyo de piedras que servía de desvío a
vertientes que venían desde más arriba en la montaña, había que
caminar en el agua. La soledad de la selva era mágica, la luz del
sol fortísimo se filtraba en forma de haces atravesando las copas de los
árboles y llegando tamizado a las plantas en el piso. Por algunos kilómetros seguimos por selva profunda, directamente montados sobre el arroyo improvisado y con una vegetación tan espesa, que se formaban una suerte de murallas de plantas más altas que uno mismo a nuestros costados
El calor y la
humedad se volvían insoportables y si bien el vendaval del día
anterior me había ayudado mucho a eliminar los más profundos olores
corporales generados en los días anteriores, durante este día se
habían vuelto a desatar y ni yo podía respirar cerca mío. Las
pendientes se volvieron aún más difíciles, el sendero
se volvía una zanja que nos estrangulaba al pasar, la
bici caía en el fango del fondo y quedaba pegada, teniendo que
sacarla a tirones. En los momentos más difíciles de barro y
empinación debíamos ayudarnos entre nosotros, porque de no hacerlo,
el peso de la bicicleta y lo resbaladizo podía hacernos rodar por
las laderas.
En las bajadas era
muy fácil caerse y rasguñarse todo, seguir por aquí ya se estaba
volviendo una travesía épica. Luego del mediodía y antes de que yo
mismo generara una catástrofe ecológica con mis aromas de piara, el
cielo se volvió a enfurecer y una vez más, desató sus cataratas
con violencia sobre nosotros. De aquí en adelante, solamente el
estoicismo y las ganas de completar el trayecto nos motivaban a
seguir adelante.
El barrial le
había pasado factura a las bicicletas. Recordé como nunca a mi
amigo Mantu y las historias de su cruce por una parte remota de
Yunnan, contándome que el barrial le molía los frenos en un puñado
de kilómetros. Nos faltaban aún 10 km de subidas y bajadas
empinadísimas y mi bicicleta estaba completamente sin frenos, y ya
no tenía repuestos. A la de Julia le quedaban un poco en su parte
delantera, pero sus frenos de disco estaban ya mayormente
destrozados. A mí me tocaba subir empujando bajo la lluvia,
resbalando como en pista de patinaje sobre hielo y luego lo peor,
bajar a pie, conteniendo con los brazos los 75kg de la bici,
intentando que su propio peso en pendiente no me arrastrara
descontroladamente hacia abajo. Creo que nunca hice tanto pero tanto
esfuerzo físico con el torso y los brazos desde que había comenzado
a viajar en bicicleta. Julia frenaba como podía con uno de sus ya
liquidados frenos. El camino se estabilizó muy poco antes de llegar
a las plantaciones de cacao en las afueras de Gimpu, encontrarlas fue
como llegar al jardín del Edén. Al poco tiempo, aparecieron unas
casitas, civilización al fin y una bajada final a Gimpu en muy buena
condición, lo que en este caso hacía todo peor para mí que tenía
que bajar caminando frenando con mi peso la bici y usando mucha fuerza, lo
cual era muy difícil tarea, ya que yo había perdido tanto peso que
estaba en 63.5kg, más de 10 kg menos que mi bicicleta cargada.
Llegamos al pequeño pueblito de Gimpu casi de noche y con lluvia,
excesivamente extenuados, las marcas en nuestros cuerpos se parecían a las de
volver de una pelea con 25 gatos enfurecidos. Yo tenía una
tendinitis en las manos y el tendón de Aquiles inosportables, pero
teníamos una felicidad y paz interna dibujada por mariposas en el
pecho. Es ese escozor hermoso, un cosquilleo divertido que hace al cuerpo regocijarse de placer. Al poco
tiempo de buscar un lugar para dormir, nos recibieron en la iglesia
del Ejército de Salvación, donde nos dieron un lugar increíble
para dormir y sobre todo, mucha mucha comida.
Sentimos la selva
como nunca antes, fue tan extremo como maravilloso, de esas travesías únicas en la vida. Quedó grabada en nuestro cuerpo y trazada en nuestros sentidos. Fue de esos
momentos donde uno superó una vez más sus propias limitaciones, y no
hay nada más lindo que desvanecer los límites y llegar una vez más
a la misma hermosa conclusión: Los límites son IMAGINARIOS, son tan
reales como queramos hacerlos en nuestra mente, los límites no
tienen realidad intrínseca, no existen, es responsabilidad de uno
arriesgarse a disolverlos, sin miedo, con convicción en uno mismo,
porque cuando creemos que hay una traba ahí adelante, en realidad la
traba no está. Como dice el lema que mueve mi vida desde el día en
el que había llegado muy alto en los himalayas de Nepal 12 años
atrás: “hay más dentro nuestro de lo que sabemos”.
Nico, como ya te he contado otras veces tus relatos inspiran fuerza en cada uno de nosotros (en mi al menos) para romper barreras que cada uno tiene, todos tenemos una selva que cruzar, vos ademas le pones el lomo y la goPro! y no le aflojas nunca.
ResponderBorrarMi agradecimiento a vos por compartir tu experiencia, por tu relato siempre calmo y agradecido con la vida aun si te lluvias, barro y pendientes.
Mis saludos a Julia que no concozco pero pinta igual de brava que vos, doble admiración para ella.
Abrazo cordobes.
ah! otra cosa.
ResponderBorrarlo de "viajero solitario" no va mas. ;-)
estimado Nico me `pàrece increible lo que acabo de ver atravesando la selva me parece imposible de realizarlo, por caminos que parecen cerrarse al paso a cada metro solo puedo decirte INCREIBLE un abrazo enorme de Edgardo
ResponderBorrarNico, qué bueno el discurso del final!! Qué flaquito se te ve en estas imágenes!! Al leerte lo que más se me venía a la mente es lo que te habrá puteado Julia atravesando esas selvas jajajaa! Calculo que es tan o más obstinada y fuerte que vos! Celebro esa unión! Me gusta verte acompañado y feliz! Beso enooorme! Sabri
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