Sin importar cuán
grande sea el entusiasmo que uno lleva por viajar, ni cuántas veces
uno ya haya pasado por este proceso, dejar el lugar donde uno sentó
raíces, nunca es fácil. La comodidad del hogar, las amistades que
uno sembró en el trabajo, en el barrio, en la vida, los hábitos y
las costumbres; cada una de esas cosas que hacen a la comodidad del
día a día son todas difíciles de dejar atrás. Es una sutil mezcla
de emociones entre la enorme excitación por la aventura que está
por venir por un lado y la tristeza de una nueva separación de las
personas y las cosas que formaron gran parte de la vida de uno por el
otro.
La noche anterior al día de la partida tenía los
nervios de punta y me fue casi imposible pegar un ojo. Atrapado entre
cosas prácticas, como cargar las alforjas de la manera más
inteligente posible, montar la bici, decidir qué es relevante y qué
no para llevar; y las cosas más subjetivas, como lidiar con las
miles de emociones internas que pasan dentro de uno antes de dar un
paso tan grande, así se me pasó la noche entera y recién a las
5.30am pude recostarme un rato. Fue tan sólo un atisbo de descanso
ligero porque a las 8am sonó la alarma; ya era hora de bañarse y
afeitarse por última vez en quizás varios días, tomarse un café y
unos minutos de silencio para contemplar , mirar a mi alrededor y
regalarle al corazón una última mirada a aquél pequeño mundo que
uno se construyó en los últimos años de su vida. Era ya hora de
partir una vez más, dejar no para abandonar ni olvidar, sino para
llevar consigo aún más en la vida de uno, los amigos, las
experiencias, el afecto que uno cultivó. No se trata de dejar atrás
sino de seguir adelante con mucho más adentro, tanto más adentro.
Abajo esperaban algunas de mis mejores amigas, personas que me
acompañaron desde casi el primer día. Me regalaron sonrisas de
afecto y palabras de contención para el camino que estaba
emprendiendo.
Lentamente comencé a
rodar alejándome de casa sin poder evitar darme vuelta a cada rato,
con alegría y emoción, pero claro también con un nudo en la
garganta y unas lágrimas difíciles de atrapar entre los párpados.
Comencé a rodar los mismos caminos que había ya rodado decenas, sino centenas de veces en casi cuatro años, pero esta vez sabiendo que ya no volvería, al menos no que yo lo supiera. Era viernes 30 de noviembre y Chengdu 成都ya estaba frío, hacían 8C y estaba bien gris como casi siempre. Me tocaba salir hacia el sudeste, por el camino montañoso de Longquan 龙泉, un camino muy bonito que hice más veces de las que puedo recordar, tanto solo como junto a mis amigos, ya que el mismo es el escape de fin de semana (o de después del trabajo) de los locales que gustan de andar en bicicleta.
Comencé a rodar los mismos caminos que había ya rodado decenas, sino centenas de veces en casi cuatro años, pero esta vez sabiendo que ya no volvería, al menos no que yo lo supiera. Era viernes 30 de noviembre y Chengdu 成都ya estaba frío, hacían 8C y estaba bien gris como casi siempre. Me tocaba salir hacia el sudeste, por el camino montañoso de Longquan 龙泉, un camino muy bonito que hice más veces de las que puedo recordar, tanto solo como junto a mis amigos, ya que el mismo es el escape de fin de semana (o de después del trabajo) de los locales que gustan de andar en bicicleta.
Movilizado por dentro
pero ya encaminado hacia afuera, me costaba no querer imprimir
velocidad en los pedales para alejarme de lo conocido y comenzar a
encontrar lo nuevo. Tuvieron que pasar 3 días y casi 400km para
salir de mi radio conocido. Viajar por el país en el que uno vive y
conoce mucho tiene grandes ventajas, como la de hablar el idioma
local, conocer las costumbres, saber a dónde uno va o no tener
dificultades en preguntar, pero también tiene una gran desventaja, y
es perder la capacidad de sorprenderse fácilmente. En cierto punto,
todo resulta fácil y familiar. He pedaleado y viajado por trabajo
miles de kilómetros dentro de Sichuan 四川y
durante todo el gris y mayormente industrial trayecto a Luzhou 泸州me
costó encontrar algo realmente desconocido, pero fue en la salida de
la ciudad de Neijiang 内江donde
di con algo particularmente impresionante. A los pocos kilómetros de
salir de la ciudad, como suelo hacer, me desvié del camino principal
para ir por vías paralelas y menos transitadas. Fue al cabo de un
rato que me encontré transitando por un pueblo entero de gente
viviendo en y de la, chatarra. A lo largo de unos diez largos
kilómetros fui pasando por este submundo donde la gente vive
literalmente montada en la chatarra, la cual arrastra desde las
ciudades através de todos los medios posibles: carros arrastrados en
bicicletas precarias, motos, autos, camiones o incluso a mano
cargados hasta lo inimaginable. Una vez allí, cada pedazo de
chatarra es separado para luego ser juntado con la familia de
chatarra a la cual pertence y ser seleccionada apilada, plegada,
empacada y finalmente almacenada para llevarse a destino,
probablemente en alguna planta de
reciclaje. El camino está literalmente demarcado por las pilas y
pilas de chatarra acumulada, la cual hay de todo tipo: plásticos,
hierros, vidrios, televisores, juguetes, secadores de pelo, cintas,
marcos de puertas, ventanas, botellas, rueditas de cosas, sillas y
todo lo imaginable de la basura que producimos y deshechamos en este
mundo de consumismo sin límites. Pero quizás la “chatarra” más
espeluznante con la que di en este submundo es la del pelo. Cubierto
detrás de su mascarilla y atrincherado detrás de una montaña de
pelos provenientes de todas las peluquerías de NeiJiang内江,
el señor Li, de 49 años, se encarga todos los días de su vida de
arrastrar montañas de pelo desde las peluquerías de la ciudad para
minuciosamente escrudiñarlos y separarlos para agruparlos por largo
y color.
El crecimiento chino es
como un gigantesco aparato que necesita millones de engranajes en
movimiento al mismo tiempo, cada uno cumpliendo su función para que
el aparato se mueva hacia adelante sin parar; de este modo, la gente
que entra en el sistema cumple su parte
dentro del mismo, y la que no, se pega a él para poder sobrevivir de
sus residuos, algo así como los peces que se adosan
a una ballena y viajan pegados a ella
alimentándose. Los chatarreros, en todas sus formas, son aquellos
que sobreviven de los desechos que este gran engranaje, del cual
están excluidos, produce. Son el final de la cadena de un consumismo
absurdo donde todo está planeado para romperse o volverse obsoleto
en un período corto de tiempo, para eventualmente llevarnos a seguir
comprando. En cada ciudad China, desde las más grandes hasta las más
pequeñas, se vive esta suerte de burbuja en donde, desde los más
ricos hasta la nueva clase media urbana, consume lo más que puede,
dejando un mundo de chatarra atrás.
Finalmente, luego de 4
días de caminos grises, fríos, con tráfico y polución uniendo
ciudades importantes donde los pequeños hoteles
son la única opción de alojamiento, alcancé el tan esperado
desvío hacia zonas más rurales. El cambio es radical, la transición
de la China industrial a la China rural es brusca y casi inmediata,
no hay estadios intermedios. Los caminos se vuelven estrechos, sin
indicaciones y los pueblos son cada vez más y más precarios. De las
industrias modernas se pasa al trabajo manual en el campo y al
labrado con bueyes, donde los campesinos trabajan la tierra de sol a
sol hundidos en el lodo helado hasta los muslos. Los
indicios de una vida cruda se manifestaban ya en los rostros
apáticos. En cada parada que hacía, si bien algunas personas me
sonreían y conversaban conmigo con mucha curiosidad, en general la
gente se mantenía más bien indiferente y con rostros fríos y
apagados.
No
es sólo de las industrias de donde sale la producción masiva de
cosas para toda China. A lo largo de una serie de poblados, ya
zigzagueando entre las primeras terrazas de arroz, me encontraba
pasando por veredas enteras cubiertas de kuaizi筷子,
lo que en el mundo occidental se conoce como “palitos chinos”,
aquellos que usamos para comer aquí.
Dentro de cada casa se
encuentran los talleres donde la labor manual se lleva a cabo,
mujeres de edades que van entre los 30 y los 60 años, se sientan
todo el día empaquetando los palitos chinos que encontrarán destino
en los millones de restaurants y cantinas a lo largo de todo China.
El palito chino se produce usando la madera de la caña de bamboo, un
árbol que crece en suma abundancia a lo largo de todo el sur de
China, y que se caracteriza por su rápido crecimiento. Si bien un
árbol de bamboo tarda 7 años en sentar raíces, luego de ese
período crece a un ritmo de 1 metro por día. La caña de bamboo,
prodigio producto de la naturaleza, encuentra, en sus varias
especies, usos en varios mercados, en las sillas tradicionales
sichuanesas y mueblería en general, en los impresionantes entramados
de andamios para la construcción de rascacielos en ciudades como
Hong Kong, construcción de balsas, remos,
objetos decorativos, en el diseño de jardines y hasta de alimento en
varios tipos de sopas locales, aparte de ser también el alimento
principal de los osos panda y ser un árbol de suma belleza en la
naturaleza salvaje.
Era tan sólo medio día
atrás que pedaleaba en el siglo XXI y ahora, a excepción de algunos
indicios aquí y allá, me encontraba rodando en la era
pre-industrial. Hasta el día de hoy, la mitad de China es pobre y
rural y los contrastes con la China que está perfilándose hacia el
futuro son abismales.Y esto sería tan sólo el comienzo, ya que
pronto estaría dejando Sichuan 四川para
cruzar a la provincia de Guizhou 贵州.
grande nico grande!! k bonitos son esos momentos de partida lidiando entre la nostalgia y la emocion!!
ResponderBorrarun abrazo enorme y sigue compartiendo con nosotros,
Mantu
Qué emotiva tu partida, Nico. Viviste varios años en Sichuan y seguís descubriendo cosas maravillosas en cada recorrido.
ResponderBorrarTe extraño, así que disfrutá mucho del viaje, así tendrás cosas para contarme cuando retomemos contacto.
Un abrazote, Mordi.