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Hacia un mundo remoto. Parte I


Galería de fotos que acompañan esta serie de textos: click aquí

Durante el mes de mayo y luego de arduas semanas consecutivas de trabajo sin detenerme ni un fin de semana y un poco harto de tantas entregas, decidí como es habitual en mí, usar mi merecido período de descanso para hacer exactamente lo opuesto a descansar. Usar 9 días, para llevar a cabo una ambiciosa travesía extrema en bicicleta a lo largo de algunas de las regiones más remotas y aisladas de China. Lejos de todo, lejos de la tecnología, lejos de un escritorio, lejos de una computadora, lejos de un mar de gente y sobre todo, lejos de la vorágine frenética del desarrollo de las ciudades chinas, que nunca, jamás se detiene. El desafío: volar a la ciudad de Urumqi 乌鲁木齐 capital de la región autónoma de Xinjiang 新疆 y pedalear en el período de 10 días, la mayor cantidad de kilómetros posibles a lo largo de los 2045km que conducen a la ciudad de Xining 新宁 capital de la provincia de Qinghai 青海省en el altiplano tibetano, atravesando la cordillera de Tian Shan oriental y el sur del desierto de Gobi. Eligiendo siempre caminos alternativos y remotos alejados de la única ruta transitada que une el bullicioso este de China con el salvaje oeste de Xinjiang.

Primera etapa: Región autónoma de Xinjiang. 新疆
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Definida por muchos injustamente como el “salvaje oeste”, Xinjiang 新疆 es la tierra de los Uighur, un grupo étnico central-asiático que junto con sus pares que habitan en las vecinas ex-provincias soviéticas, ha habitado la región durante siglos, mucho antes de que los Han (la etnia que el mundo conoce simplemente como chinos) la hayan invadido para robarle su independencia. Otrora país independiente hoy Xinjiang 新疆 es lo que al gobierno le gusta llamar región autónoma, una de las maneras habituales que tiene el cinismo político de llamar a las regiones invadidas y subyugadas a un poder externo.
No fue mi primera vez en Xinjiang ni mi primer encuentro con los Uighur; en el año 2006 a lo largo de mi travesía en bicicleta desde Irán hasta China me tocó cruzar el sur de la tierra de los Uighur, aquél sur donde los caminos se abren paso desde el desierto hacia el techo del mundo por la Karakoram Highway.
Esta vez le tocó al norte, arrancando desde la ciudad de Urumqi 乌鲁木齐, capital de la provincia, y leí en algún lado, la ciudad grande más alejada del océano en el mundo. Supongo que este dato no tiene ninguna otra relevancia más que su efecto en el clima. Aterricé en Urumqi乌鲁木齐 a las 22.50 de la segunda semana de mayo, ya entrada la primavera y en una noche estrellada a -5C. Primero supuse que lo mejor sería ensamblar la bici, dejarla lista y tratar de dormir refugiado en el aeropuerto para salir a primera luz del día, debido a que en plena noche, con semejante frío, sin mapas, sin conocer la ciudad y sin la más mínima información sobre alojamiento evidentemente sería lo más sabio. Un blanco de ojos occidentales montando una bicicleta a la noche en el aeropuerto de la ciudad más lejana de China atraen inmediata atención, mientras que lo único que quería yo era paz y poder dormir lo antes posible para estar fuerte a la mañana siguiente. Lo que obtuve a cambio fue la curiosidad de unos 30 taxistas uighur cautivados a mi alrededor haciendo todo tipo de comentarios en su propio lenguaje; también lamentablemente aquella noche, a la 1 am y ya habiendo conciliado el sueño en el piso de un sector del aeropuerto, aprendí que los aeropuertos provinciales de China cierran sus puertas luego de aterrizado el último vuelo, cuando tres guardias vinieron a sacarme a la calle. Usé todos los métodos de persuasión que conozco pero no hubo caso, y a la 1.05 am me encontraba deambulando con mi bicicleta, en pantalones cortos en calles vacías y oscuras y con -5C en búsqueda de cualquier lugar donde pudiera dormir. El desarrollo chino no llegó aquí del todo para iluminar bien la ciudad durante la noche. Luego de andar y andar sin rumbo, preguntándole a algún que otro pobre sonámbulo que anduviera por ahí en plena oscuridad, dónde habría algún hotel barato para dormir, di con la calle correcta a pesar de que en la misma, en cinco hoteluchos me negaran el acceso a pesar de las súplicas, por ser extranjero. Esto es algo muy común en todas las ciudades chinas, los hoteles que no admiten extranjeros. Aparentemente, y sobre todo en las “regiones autónomas” puede ser un problema adicional para los dueños. Las razones aún las desconozco y nadie sabe explicármelo, pero así es. Finalmente di con el hotel número 6 el cual por un predecible aunque tolerable sobreprecio me dejó un cuarto. A las 3 am finalmente logro dormir.

Con dicho desafío en puerta no podía darme el lujo de recuperar el sueño perdido, con lo cual a las 7 am, y con un frío feo, ya estaba arriba de la bicicleta. Atravesando la ciudad de Urumqi 乌鲁木齐 mientras buscaba salir de ella vi algo parecido a lo que había visto en Kashgar en 2006. Una ciudad dividida, por un lado los Han viviendo en un lugar del cual se apropiaron, por otro los Uighur, ahora, una minoría étnica dentro de su propio país. Al igual que en Kashgar, la división es clara, Uighur por un lado, Han por el otro, y si tienen que interactuar, que sea lo menos posible; aún así al ser una ciudad se daban lugares de mezcla. La ciudad es grande, gris e industrializada, arquitectónicamente berreta como toda ciudad china y por supuesto de cielos poluidos. Salir de las ciudades en bici, y sobre todo las ciudades chinas es un proceso largo y aburrido. Sin embargo, en los suburbios habitados 100% por Uighurs fue un placer parar en los mercados callejeros sucios y bulliciosos para comprar el típico pan local, que se compra caliente recién salido del horno. Pan con forma de disco, bordes hinchados y esponjosos y centro delgado y crocante, muchas veces con cebollita picada y algunos granitos de sal. Una delicia. Los Uighurs por supuesto abultándose alrededor del alien en bicicleta. Mientras desayunaba mi pan y conversaba con un Uighur que hablaba chino; me contaba que no le gustaba vivir ahí y al pasar un Han por la calle, hace una mueca, me mira y me susurra al oído: “esta gente no nos quiere”. Fue un comentario fuerte, no porque no lo esperara sino por las emociones involucradas en alguien para decir algo así estando en su propia tierra. Difícil.
Finalmente salgo de la ciudad, el día gris y sórdido y los primeros 30 km por una autopista horrible aunque poco transitada, algunas industrias, chimeneas ensuciando el planeta, el sol que no sale y una temperatura que no pasa de 3C. Luego de un rato llego al desvío deseado al camino alternativo y finalmente comienza el otro mundo. Una estepa inmensa delante de mí, la que baja desde Mongolia, solamente a unos 80km al norte, horizontes infinitos, tormentosos y una carretera vacía y sin fin, hacia el sur se levanta el final de la cordillera Tian Shan oriental.Un camino crudo, con neviscas intermitentes y viento, a veces a favor y otras en contra. Cada tanto, en la soledad absoluta y el medio de la nada aparece un hombre a caballo o a pie paseando sus ovejas. Otras veces aparecen algunas casas de adobe, construidas sobre un fango seco y fracturado que parecen ser asentamientos fantasmas pero no lo son. Las condiciones crudas de la región obligan a su gente a permanecer puertas adentro, calientes junto a la estufa a leña. En ellas, las familias uighur me reciben para darme refugio cuando la nevisca deviene en nevada.
A las 17hs pasado el kilómetro 160km y ya buscando un descanso encontré dos casas que parecían abandonadas pero por supuesto no lo estaban. Me detengo, y al tomar unas fotos sale un niño Uighur de unos 11 años corriendo, en short y camiseta. La fascinación por el visitante en bicicleta y la costumbre creo que lo hacían olvidarse del frío espantoso que hacía. Al rato sale la madre sonriendo, y el niño me toma de la mano para llevarme a su casa. Me tratan como a un hijo, me dan pan casero y me preparan té de leche de cabra caliente que me revitaliza, me devuelve el calor y me da energía. Paso un rato hermoso con toda la familia; la hija, aunque tímida, habla chino y me permite comunicarme con ellos. Sonríen, vemos la tele mientras tomamos juntos el té, quieren que me quede a dormir y muero por quedarme pero no puedo, tengo un régimen de kilómetros por completar si quiero llegar a tiempo.

Me despido para emprender el tirón final de un día largo, los días son eternos y eso es bueno porque me permite avanzar. Había arrancado a plena luz del día a las 7am y a las 21hs todavía pedaleaba con la última claridad del día. Ya al caer la noche me acercaba al próximo pueblo con infraestructura pero no quería llegar a él. Decidí parar en una estación de servicio, ya de noche y con más frío, donde me invitaron a cenar y me dejaron montar mi carpa en el patio trasero. Primera mala noticia, una varilla de la carpa se quiebra y no me quedara otra que dormir en el piso de un cuarto helado, metido en mi bolsa. (mientras, me pregunto cómo voy a hacer los 8 días que me quedan).
Final del día, 13+ horas de pedaleo y 217km completados (más del doble de lo habitual) luego de una noche de dormir 4hs.
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Luego de unas 9 horas de descanso y sueño profundo, me levanté completamente fuerte a las 6am mentalmente determinado a seguir adelante, luego de desayunar junto al personal de la estación, quienes me prepararon un robusto desayuno de sopa de fideos.
El clima no mejoró y todo indicaba que sería otro día helado y gris.

Al poco tiempo de salir, alcancé el primer pueblo de casas sólidas y con infraestructura, un pueblo de mayoría kazaka (minoría étnica de Kazakhstan que vive en Xinjiang), con los debidos mercados callejeros y la gente que claro, se abarrota alrededor del personaje de la bicicleta cargada y la cabeza encapuchada. Me detengo, y me compro TODO lo que hay para comer en el mercado, converso amistosamente con la gente que habla chino, les cuento mi travesía y sus ojos ruedan hacia atrás. Lo más gracioso de estas situaciones es que uno se encuentra rodeado de decenas de personas pero habla con los que están inmediatamente al lado, a cada respuesta o comentario que uno hace, uno puede ver en vivo y en directo el efecto en cadena de cómo de boca en boca mi comentario se va trasladando hasta que desaparece de mi visión en la muchedumbre y que llegará quizás hasta la parte trasera del pueblo. Para cuando llega, todos los de atrás ya están adelante participando de la muchedumbre. Gente alegre, robusta y de rasgos muy poco habituales, ojos achinados pero con pelo casi rubio. Otros de tez oscura, de ojos chinos pero color verde esmeralda y mejillas rojizas y arrugadas, curtidas por el clima, una verdadera mezcla de razas y etnias.
Al salir del pueblo, una vez más el infinito de la estepa y las montañas que se aproximan de a poco por el sur. Luego de varios kilómetros de vasta estepa, vacía e infinita, en dónde uno menos lo espera, encuentro una muchedumbre de gente. Hombres que llegaron ahí en moto a correr carreras de caballo. Eran mengs (minoría étnica mongola que vive del lado chino de la estepa) y estaban viviendo su fin de semana disfrutando de dichas carreras improvisadas en el medio de la estepa. Abrigados con gruesos sacos y con sus gorros mongoles en forma de campana, con de piel de animal envuelta en textiles de color brillante parecen ni inmutarse por el frío, al fin y al cabo la temperatura del día es una verdadera primavera para ellos. La emoción por la carrera era tal que pasé casi desapercibido.

Me quedé bastante tiempo apreciando estas carreras en la estepa hasta que una tormenta de nieve arrasa y en pocos minutos la muchedumbre se desvanece completamente en el infinito.
Me tocó seguir pedaleando en la tormenta hasta que alcancé un bar de mala muerte, aislado, donde algunos de los espectadores se refugiaban, algunos completamente borrachos, de risas socarronas, algunos bien pero otros bastante cargosos. Por suerte el clima fluctúa tanto en la región que deja de nevar y puedo seguir adelante. Fue un día aún más gélido que el anterior y más ventoso y para que la experiencia no sea menos intensa al final de la tarde pincho una cubierta. Ya había pasado 170km y no pensaba pedalear mucho más, al fin y al cabo, el cansancio se acumula. Luego de reparar la cubierta tratando de que nada se volara con el viento pude seguir avanzando hasta alcanzar hacia el final del día un pueblito de no más de 10 casas muy sencillas, rodeadas de un verdadero barrial. La mayoría de estas casas son también cantina, taller mecánico y hospedaje, ya que es una parada principalmente de camiones. El día finalizó helado y finalmente el cielo se abrió dando lugar a un magnífico atardecer de cielo de colores a las 20.30. En la cantina, bien calefaccionada por la estufa a leña, los dueños, un bellísimo matrimonio Uighur de unos 60 años me cocinaron un delicioso plato local y luego me prepararon una montaña de colchas en una de las camas de la habitación donde dormí junto a tres sonoros camioneros.
Final del día: 198km y unas 12 hs de pedaleo.

total 2 días: 415 km

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Finalmente me despierto con un amanecer radiante, ni una nube, aunque aún muy frío. Desayuné a las 7am un plato enorme de sopa de fideos con bloques de carne y picante, nada más energizante para arrancar el día. A los pocos kilómetros de haber arrancado ya me encontraba pedaleando cuesta arriba la parte final de la cordillera de Tian Shan que hoy me toca cruzar para alcanzar el desierto al otro lado de la misma. Un camino prácticamente en la soledad total, ascendí unos mil metros y me encuentro con un paisaje infinito de pequeños picos y millares de parches de nieve alrededor que aún no se han derretido. Estas tierras heladas están habitadas por una especie de camellos bastante exótica, son enormes, de pelo largo y de dos jorobas.
Uno tiende a imaginar al camello en paisajes desérticos y ardientes, sin embargo aquí se encuentran varios grupos de ellos vagabundeando a paso lento en la soledad absoluta. No pude acercarme mucho sin que antes trataran de huír. Lo que siempre más me impacta de estos caminos solitarios es encontrar gente que parece salir del medio de la nada, así es que temprano a la mañana encontré a un hombre caminando solo al costado del camino en dirección a quién sabe dónde. Vestido con muchas capas de ropa de piel animal, con capucha, cargando algunas cosas en su espalda y apoyándose en un bastón, tenía rasgos que no había visto antes pero eran una evidente mezcla de las étnias de la región. Intenté comunicarme con él pero parecía no estar dispuesto a conversar y las pocas palabras que murmuraba eran en un dialecto incomprensible, lo vi desviarse hacia las montañas y a lo lejos pude avistar una lejana casita de barro sobre una ladera, probablemente su hogar.
Entre subidas y bajadas y sol radiante el frío casi ni se sentía y me permitió avanzar cómodamente. Cerca del mediodía finalmente llegué al desvío que se dirigía a través de las montañas al desierto , no había carteles ni indicaciones de ningún tipo más que en el mapa que llevaba conmigo, tenía hambre y justo antes del cruce encuentro una casita de barro y veo a una mujer uighur salir arrastrando unas cosas, me acerqué a preguntarle con señas si tiene agua para mis fideos instantáneos y no sólo había agua, había hospitalidad, de esa hospitalidad que te mueve el alma, esa hospitalidad que te abraza el corazón. Me llevó a su casita que constaba de un solo ambiente alrededor de un hogar a leña, que es cocina, que es estar y que es dormitorio para ella, su hijito y su marido.
En el hogar siempre se sienta la pava con el agua o la leche para el té, constantemente echando vapor. Por las ventanas siempre pequeñas se filtran los haces de luz que se materializan con el hollín del ambiente y estando ahí no puedo dejar de imaginar lo inimaginable, pasar el invierno en esta casita en el medio de la absoluta nada y sin vecinos siquiera. El invierno en esta región es de los más crudos del planeta, con temperaturas que alcanzan fácilmente los -40C y unos vientos letales provenientes de Siberia que azotan por meses.
Ella se sienta y amasa el pan mientras su hijito juguetea alrededor y trae a sus mascotas para las vea.
Al poco tiempo llegaron dos hombres, su marido y quizás algún amigo con su hijita, los hombres sonrían con curiosidad por mi presencia, ambos de piel oscura y surcos profundos curtidos por el clima, ojos rasgados y de un color verde esmeralda sólo imaginable en los ojos de los europeos del norte. Todos juntos, almorzamos pan casero con té de leche de cabra, entre sonrisas y pequeños intercambios a través de lenguaje de señas. Al despedirme me confirmaron que la dirección en la que debo pedalear es la correcta, esa dirección que conduce a donde quiero ir pero que para mi preocupación no tiene camino. Así es, no había camino, sino como un sendero muy poco definido de tierra que se desaparecía entre montañas marrones. Les pregunté y repregunté una y otra vez, apuntando a mi mapa y apuntando a la dirección: -es ese el “camino”?seguro?? es que, no veo un camino y empiezo a pensar dónde me voy a meter y cómo voy a salir.
Era temprano así que decidí aventurarme y resultó ser impactante. Un camino que debía estar rodeado de yacimientos minerales ya que las tierras se fragmentaban en varios colores entremezclados. Por los siguientes 40km no hubo un alma en un lugar donde ni siquiera había un camino real, donde el único batifondo era producido por mi propia respiración y los sonidos de la bicicleta mordiendo el ripio, y detenerme era el idilio de un silencio sepulcral, maravilloso.
El camino fue volviéndose más árido y seco a medida que iba dirigiéndome al desierto, se volvió más rocoso y de infinitos tonos marrones, todo fue tornándose en un espacio casi extraterrestre y la temperatura empezó a subir, el piso rocoso quemaba y el sol ardía sin piedad mientras yo, no sabía hacia dónde estaba yendo más que por la confianza que deposité en la seguridad con la cual aquella familia me había apuntado. Finalmente alcancé un terreno que era como una plataforma gigante de roca negra en un valle árido, no tenía idea hacia dónde dirigirme aunque seguía avanzando hasta que en la distancia veo dos chimeneas y algo así como un asentamiento con árboles.
Luego de un rato largo lo alcancé y efectivamente era un pequeño pueblito con una industria probablemente de extracción de minerales. Un lugar con vida en un valle desértico, donde aparecí entre los locales como un fantasma viniendo del medio de la nada. Nadie entendía qué podía hacer yo ahí con una bicicleta, aunque por suerte eran chinos Han y me pude comunicar. En el almacén del pueblo me tomé unos 3 litros de agua en unos 10 minutos y la gente me miraba con asombro. Rehidratado dejé el asentamiento atrás y comencé a avanzar a través de un gigantesco estanque de agua verde y azul, con juncos, y montículos de tierra blanca, como si fuera una cal que bajo el sol enceguecía, un ecosistema único con millones de pájaros revoloteando. Finalmente alcancé la ruta una vez más, esta vez la ruta principal que une el este con el oeste, había tráfico principalmente de camiones transportando turbinas gigantescas para el nuevo escenario que encontraría al día siguiente. La ruta, una línea recta que se perdía en el infinito, con pendientes constantes arriba y abajo, en un desierto que intimida, el desierto de Gobi. Avancé esos kilómetros finales del día lo más que pude, en un ambiente crudo, cada vez más caluroso pero sobre todo monótono, de esos lugares que no dan tregua a la mente para que no se llene de ruido.
Seguía con el problema de mi tienda y los kilómetros parecían conducir a un infinito vacío. Sin pueblos, sin ciudades, sin siquiera una estación de servicio para parar a descansar e hidratarse. Luego de varios kilómetros moledores de piernas y casi al anochecer hago dedo y una camioneta se detiene. Me lleva unos 80km hasta el próximo pueblucho donde junto al chofer dormimos en un hospedaje para camioneros.
Final del día y 194km completados
Total: 609km

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